RECIENTEMENTE, asistí, en la Villa, a la presentación de un libro. Acto, lamentablemente, cada vez menos frecuente. El escenario fue el patio de la Casa de los Balcones, hoy sede de la Asociación de Alfombristas. Hizo los honores su celoso presidente, Jesús Rodríguez. El libro, que consta de sesenta y cinco grandes e ilustradas páginas, editado en La Perdoma por Litografía García, lleva por título "Guía botánica de las alfombras en el Corpus Christi de La Orotava". Patrocinan la publicación el Ayuntamiento y otras instituciones. Obra singular, seria, curiosa, cuyo autor es Víctor Garzón Machado (La Orotava, 1983), un José Celestino Mutis isleño. La presentación estuvo a cargo de su antiguo profesor, Octavio Rodríguez, a quien conocía por su voluminosa obra sobre la medanense Montaña Roja -faro de Magallanes, atalaya de Tenerife-, de la que es coautor.

Víctor es licenciado en Biología por la ULL, recordándosele en la Facultad como un brillante alumno. Actualmente, de postgraduado, trabaja en una ambiciosa tesis sobre la vegetación en la palmera y universal Caldera de Taburiente. Lo que compatibiliza con frecuentes visitas a su antiguo Colegio de San Isidro, donde asiste a los actos religiosos y bromea a cuenta del chocolate Cadbury con su actual director y otros excolegiales. Por supuesto, la publicación está dedicada a su abuelo, un irrepetible médico orotavense. Yo lo recuerdo cuidando con esmero a su único nieto, al que llevaba diariamente al centro; no arrancaba el coche hasta que veía que el chico había traspasado el umbral.

Volviendo a la puesta de largo del librito, aquella noche, mientras temblorosamente me dedicaba un ejemplar, le dije al bisoño científico: "¡Lo que hubiera disfrutado tu abuelo!".

Se abre el libro con el origen de la fiesta de Corpus, con las visiones de la luna rota de santa Juliana de Mont-Cornillon, en una abadía de Lieja. Luego, se va centrando la efemérides en España, Canarias y La Orotava. Desde aquel tapiz pionero de las Monteverde y el corrido del criado, el legendario Valladares, en los cuarenta del siglo XIX, hasta llegar a hoy, con una treintena larga de alfombras. Tras los sucintos antecedentes históricos, Garzón analiza la técnica de tapices y arabescos: diseño, recolección y deshoje, método de elaboración y, en fin, los procedimientos que evitan la muerte prematura de las flores. Pero el meollo del libro es la materia prima, el mundo vegetal. Se emplean veintisiete plantas: nueve autóctonas y dieciocho introducidas o cultivadas. Fichas trabajosas -nombre científico y común, hábitat y floración- que dan paso a dos apartados que hacen las delicias del gran público: usos y curiosidades y protagonismo en las alfombras de La Orotava.

Destacan las páginas dedicadas a nuestra flora más genuina: verodes -bejeques-, que se prenden a los viejos tejados; la chajorra de cumbre, las olorosas retamas del Teide -flores delicadas que, en la noche de la víspera, no antes, se extienden en cajas- . Y así, Víctor va saltando de flor en flor: los lirios del Perú, las dalias -introducidas en el Valle por Diston-, las gerberas, las margaritas -con su botón floral tan útil a los alfombristas para letras y fechas en los tapices-. Y, en suma, los agapantos blancos y azules, golondrinas del Corpus, que alineados con las banderolas de la entrada son la mejor bienvenida de la Villa en sus días grandes.

Y el clavel novio. Y el geranio trepador -tan pródigo en los jardines de los marqueses de la Quinta Roja-. Y la reina de la Fiesta de las Flores: la rosa. Lo dice la copla: "Para rosas, La Orotava". Si para los pintores la rosa representa el color y la luz, la frescura y la sensualidad, la inocencia y la pasión, para los alfombristas es ingrediente insustituible de muchas cosas: el arco iris, las gradaciones de color, los recurrentes tonos carmesíes de la sangre de Cristo. Y como no hay rosas sin espinas, estas son, aquí, la fragilidad de los pétalos, las quemaduras solares, el volar con el viento. Su mejor antídoto: los célebres rocíos del Corpus.

Capítulo aparte merece el brezo, que también entra en el texto que apostillamos. Telón de fondo del cuadro. Olor peculiar de la fiesta. Presagio y nostalgia. Recuerdo, de niño, el brezo picado, apilado, torrefactado en la calle del Piche. El escritor Francisco Dorta, "Alfredo Fuentes" (La Orotava, 1882-1962), fue, en Tenerife, en el siglo XX, uno de los apóstoles del árbol, junto a Leoncio Rodríguez y Antonio Lugo. Y escribió, al filo de un Corpus, estos bellísimos renglones: "...Siempre hemos tenido la creencia de que el brezo de los montes, bien sirviendo de suave y fresco lecho, ya convertido en variados tonos que dan relieve y matiz a los dibujos, contribuye poderosamente a infundir a las Alfombras ese sello característico de arte y de belleza que no tiene precedentes fuera de su origen local". Y continúa el inolvidable don Paco: "Con el brezo, ha sido posible a los hermanos Monteverde darles realce y verosimilitud a los paisajes bíblicos; y a Perdigón, Zerolo e Isabelino Martín, singularidad y simbolismo a sus cuadros; sin olvidar al que fue excelente dibujante Francisco Álvarez González, que hizo con el brezo quemado verdaderas filigranas de sus tapices".

Un año más -"annus horribilis" para la Iglesia y España- Dios vuelve a la Villa. Acaso la novedad de 2012 es esta guía, original aportación al patrimonio alfombrístico de La Orotava. "Con un alto rigor científico y su valor divulgativo". Por si fuera poco, está escrita con un montón de cariño. Su joven autor, como todos los niños villeros, ha sido alfombrista antes que fraile. En suma, el mérito de Víctor Garzón es, suavemente, con prudencia, con timidez casi, meternos la botánica en el mundo de las alfombras de flores. Lo dicho. Un año más, Dios vuelve a la Villa.