La oposición, en circunstancias como las que está viviendo España, como las que está atravesando toda Europa, es pieza fundamental. Casi tanto como el Gobierno. Se equivocó la oposición en Grecia, se equivocó en Italia y, al final, ya hemos visto el tremendo descalabro que la política y los políticos han sufrido en esos dos países, sin mencionar, claro, los nefastos efectos en la economía. Pienso que tampoco en España ha funcionado bien, como sí lo ha hecho en Alemania y Francia, o en Gran Bretaña, el mecanismo de la relación entre Gobierno y oposición, que no tiene por qué ser perpetuamente de guerra abierta. Y aquí -casi estoy por descartar un movimiento importante en este sentido de Rajoy- es donde entra la personalidad nunca fácilmente definible de Alfredo Pérez Rubalcaba.

Desde la distancia -él mismo parece procurar alejarse de un contacto público, que acaso no privado, con los medios y con la sociedad-, me parece que Rubalcaba está experimentando un importante cambio en su ADN político. Tiende más la mano al Ejecutivo de Rajoy, con quien dicen que habla con cierta frecuencia, y no precisamente en términos de absoluta hostilidad. Apoya de manera inequívoca la reforma financiera; calla cuando este lunes el ministro Guindos va a solicitar, sin darnos demasiadas explicaciones, a las instancias europeas el ''rescate'' -sí, rescate- a una parte de la banca española; respalda al presidente el Gobierno de su país cuando, esta semana, acuda a un Consejo Europeo especialmente importante, dicen, aunque vaya usted a saber qué saldrá al final del guirigay que agita a la Unión Europea.

Es decir, parece que Rubalcaba limita la acción de una oposición "pura y dura" a lo esencial -la reforma laboral, ciertas actitudes insostenibles de algún ministro, la negativa a celebrar ahora el debate del estado de la nación-, pero se siente desautorizado para extender esta actitud a todos los campos. Y no me extraña, porque algunas de las cosas que ahora nos ocurren vienen de la época en la que el desaparecido Zapatero gestionaba de modo manirroto, aunque puede que con la mejor voluntad, los fondos públicos, y Rubalcaba era nada menos que su vicepresidente. No puede quejarse mucho el secretario general del PSOE de que Rajoy, que sin duda se equivoca en eso, no le informe de mucho, porque tampoco es que Zapatero fuese un prodigio de confidencias en el oído del entonces jefe de la oposición, Mariano Rajoy.

Creo, porque así me lo dicen personas que saben, que Rubalcaba estaría ahora dispuesto a llegar más allá en un pacto con el Gobierno conservador español. Lo que ocurre es que Rajoy sigue aferrándose, y aquí pienso que también yerra, a su mayoría absoluta y pensando que todo lo hace bien, digan lo que digan las encuestas, mientras sobrevuela el mundo mundial; otros presidentes padecieron, antes que él, el "síndrome del líder supranacional". Ya aterrizará.

Y sucede igualmente que da la impresión de que una parte del PSOE tampoco aceptaría fácilmente una "entente" entre populares y socialistas; a Rubalcaba, es un clamor, ya le ponen la proa algunos de los recién llegados a las secretarías generales regionales, para no hablar del enconamiento de las divergencias con los "chaconistas" y con el líder de Madrid, Tomás Gómez. Ellos, y muchos más, piensan que es preciso que surja una figura más dinámica, más joven, menos desdibujada que este Pérez Rubalcaba de aspecto doliente y que deja que sean sus "segundas" -Soraya Rodríguez, Elena Valenciano- quienes expresen la indignación ante algunas de las cosas que patentemente hace mal el Gobierno.

Tampoco estoy seguro de que el propio Rubalcaba tenga muchas ganas de perpetuarse ni en el cargo ni en sus funciones. A veces tengo la tentación de pensar que él sabe que debe inmolarse en un acuerdo que beneficiaría más a Rajoy que al PSOE, aunque el primero no parezca enterarse de ello. Pero que, sobre todo, nos beneficiaría a los españoles. Me interesa mucho todo lo que vaya a ocurrir, en Europa y en España, esta semana que comienza; pero me interesaría, sobre todo, saber si Rubalcaba piensa asumir públicamente, de una vez, el papel al que me parece que estaba predestinado, y que no es, ni será, el de presidir el Gobierno de España.