NO ES LA PRIMERA vez que desde las entrañables páginas de EL DÍA, con la tinta aún tibia de sus impresoras, he hablado yo del llamado deporte rey, ese que mueve masas con atronador rugido de leones de la selva. Hoy vamos a ceñirnos al fútbol en el Sur que me ha tocado vivir y en que yo, en más de una faceta, he sido protagonista en primera persona.

Como anecdótico, recordar que antes de irme al Sur el último encuentro que presencié en el estadio fue el cierre de la temporada 53-54 en el choque del último partido de 2ª División entre el C.D. Tenerife y la U.D. Las Palmas. Terminó con empate a cero goles y supuso el segundo ascenso del equipo canarión a la División de Honor. Entrada de sol, cinco horas de pie y 15 pesetas la entrada. El final fue apoteósico. Antonio tomando entre sus brazos a Beltrán, el defensa central de Las Palmas, completamente agotado de intentar marcar al delantero Antonio. En dos ocasiones pude ver y saludar a este ariete del fútbol.

Esto ocurre el 23 de abril de 1954 y el 29 ya estoy yo en Arona, a enfrentarme con mi destino. Fue llegar y besar el santo, ya que de entrada fui nombrado a dedo presidente del Club Atlético Arona, conocido por "el Furia". Y el 4 de octubre, día mayor de las Fiestas del Cristo de la Salud de Arona, invito, a través de un recordado delegado del C.D. Tenerife, don Manuel de Armas, al C.D. Tenerife, de 2ª División A, a jugar un partido contra el Arona. Fue una tarde para el recuerdo que terminó 0-5 a favor del Tenerifito. Tiempo más tarde, y a propuesta de D. Miguel Bello Rodríguez, un caballero del deporte, fui nombrado delegado de la Federación Tinerfeña de Fútbol 2ª Zona Sur.

Aquello fue una locura más, ya que no tenía coche propio. Tendría que llegar al año 1963 para que yo pudiese adquirir un vehículo, en este caso un Ford Cortina 1.500. Y comencé a organizar torneos, sobre todo entre los eternos rivales C.D. Marino y el Club Atlético Arona, en el casco del pueblo, del que yo había sido presidente en 1964. Solicité los servicios de dos excelentes árbitros de fútbol que vivían en Santa Cruz, los señores Martín Trujillo y, cómo no, Almenara comían en mi modesta mesa. Y me vi como la canción "Tatuaje" de Concha Piquer, de mostrador en mostrador.

Tuve algunos incidentes, uno de ellos con mi colega de Adeje, y a la que el cabo de la Guardia Civil, al que conocía cuando estuvo en el puesto de Arona, me dijo en voz baja: "No me metan ustedes en un lío, que voy a tener que intervenir".

Otro fue en Granadilla, donde el alcalde, que creo que se llamaba Berto, y el jefe de Telégrafos, Sr. Carranza, casi me agreden.

También presencié una carga de la Guardia Civil dando culatazos en el campo del San Miguel. Nadie se atrevió a enfrentar tantas veces a los eternos rivales Marino y Arona, y yo lo hice. Cuando, en 1967, fundé la Cruz Roja local, monté ese día un puesto de socorro. Cayó lesionado un jugador del Arona, me apresuré a atenderle, pero la masa olvidó que yo era el practicante titular del pueblo y además oficial-jefe del Departamento de Cruz Roja. A la salida y a la altura del viejo cementerio, con la bandera internacional de Cruz Roja asomando por una de las ventanillas de mi coche, fuimos apedreados por un grupo de malvados, ¡qué cosas! El tiempo pasa raudo y las cosas se van calmando y apenas se juega al fútbol.

Un buen día aparece en La Camella un canario de Las Palmas llamado Bernardino, que se dedicaba a fabricar bernegales, aljibes, destiladeras y toda clase de elementos caseros. Organiza un equipo que él bautizó como Unión Siete Islas, con sede en Los Cristianos. Y don Antonio ordena a uno de sus obreros demolerlo. Bernardino denuncia ante la fiscalía, y don Antonio, como quiera que el campo no tenía vestuario ni nada de nada, solo tierra, es procesado de inmediato. Cuando eso ocurre yo era el juez de paz, y le recuerdo entrando en el juzgado. Bernardino reunió unos bloques y construyó un pequeño vestuario. Acto seguido, el dueño del terreno, el señor Domínguez, procedió a su demolición, lo que originó una denuncia por daños. El fiscal solicitó y consiguió el procesamiento del infractor. En esto, un hombre inteligente, mi amigo, compadre y muchos años vecino, el bueno de Sebastián Martín Melo, gran futbolista legendario, habló con don Antonio y, como por arte de magia, consiguió la donación del campo de deportes del C.D. Marino, equipo que tuvo siempre timbres de gloria. Esa tarde, tuve el honor de conocer a don Santiago Puig, hijo único del promotor catalán don Rafael Puig y que figura en mi primer libro publicado "40 años de medicina rural en Arona". Este terreno es cambiado por otro en el que hoy se encuentra el Estadio Olímpico y triunfante un estadio con pista de deporte, que es el orgullo de esta próspera zona de la Isla.

Pasa el tiempo y don Buenaventura, no conforme con el partido benéfico que le organicé, tiene el deseo de que una calle de Los Cristianos lleve su nombre. Contacté con mi buen amigo el entonces alcalde Manuel Barrios Rodríguez, y me dijo que el Ayuntamiento directamente no podía conceder nombres de calles, por lo que hube de entrar como miembro de la asociación de vecinos Chayofita, presidida por mi buen amigo y compañero de Cruz Roja Juan Sánchez Rodríguez. Así se hizo, y un buen día hicimos la solicitud, que fue aprobada por el Ayuntamiento de Arona, y una calle pequeña en la que el médico había tenido su consulta, recordando que fue alcalde en la etapa autocrática, se le concedió. Se celebró la fiesta en la que estuvo el entonces presidente del Colegio Oficial de Médicos el Dr. Enrique González y González. Y así se fue escribiendo con letras de oro la historia de Los Cristianos, en la que creo haber aportado, al menos, un grano de arena.