HE TENIDO la "suerte" de pagar la subida del IGIC de Paulino Rivero incluso antes de que el incremento entre en vigor. Ha sido en una factura por conexión a Internet vía GPRS. La telefonía de voz la pago a mes vencido. Para la de datos, en cambio, el contrato suscrito con la operadora me impone el desembolso por adelantado. Hasta ahora, como todo el mundo, no había apoquinado nada a la Hacienda canaria por los servicios de telefonía. A partir de ahora, sí; y nada menos que un siete por ciento. Del cero al siete de la noche a la mañana. Además, como digo, sin necesidad de esperar al 1 de julio, pues hasta hoy, sábado 30, están vigentes los anteriores tipos del IGIC. Por adelantado y sin ver la mercancía; como en las casas de lenocinio.

Puedo entender que debamos abonar más impuestos. No solo porque nos ha caído encima una crisis de espanto, sino porque hasta ahora hemos pagado poco por este concepto. No en comparación con los países europeos, pues las comparaciones son lo que son, sino en relación a los servicios públicos que hemos estado recibiendo. Si en vez de vivir en España residiésemos en Estados Unidos, por ejemplo, sabríamos lo que es pagar 140.000 dólares por un bypass cardíaco o, como alternativa, viajar a Tailandia para que nos operen al precio más módico -aunque sigue sin ser nada módico- de 15.000. Vistas así las cosas, esforcémonos todos en mantener lo que tenemos hasta donde podamos. Pero todos. Porque de ningún modo estoy dispuesto a pagar mi teléfono -que utilizo un 98 por ciento de las veces para actividades profesionales-, el IGIC de mi teléfono y también el teléfono de un concejal del Puerto de la Cruz que ha cargado a las arcas municipales una factura de más de 9.000 euros, se dice pronto, porque estaba en el extranjero y "se despistó". ¿Saben por qué ni yo, ni la mayoría de ustedes, nos despistamos con el teléfono cuando estamos en el extranjero? Respuesta obvia: porque ese despiste tendríamos que pagarlo. Un caso idéntico al de otro concejal, en este caso de Arrecife de Lanzarote, que también le ha pasado una jugosa factura telefónica a su municipio mientras estaba navegando por la mar océana en su gran yate. Tiene dinero para barco pero no para el teléfono. Para costearle el teléfono ya estamos los pollabobas.

Lo siento por don Rivero y sus muchachos, pero ese siete por ciento de impuestos por el contrato de datos me lo van a cobrar solo un mes. Hasta les agradezco que me hayan hecho el favor, porque sin el incremento hubiese mantenido el servicio. Con el sablazo, en cambio, me he puesto a hacer cuentas y resulta que puedo prescindir de él. Pasado mañana, lunes, me doy de baja. Sé que con eso no le voy a causar un agujero al erario vernáculo, lo cual me alivia la conciencia, ni tampoco a la compañía telefónica. Poco daño puede hacer un pobre diablo. Eso sí, conviene recordar que un grano no hace granero, pero ayuda al compañero. Como seamos muchos los que obremos igual, y cabe pensar que serán muchos los que sigan el mismo camino no solo en los servicios de telefonía, intuyo en lontananza algunas regulaciones adicionales de empleo en numerosas empresas, acaso porque toda acción conlleva su correspondiente reacción.

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