Es lo que tiene salir en televisión. Pese a que Juan Gea ha labrado una sólida carrera sobre los escenarios, el papel de Viktor Ambrus en la serie "Amar en tiempos revueltos" le ha permitido entrar en los hogares españoles y le ha proporcionado ese "plus" de popularidad necesario para ser reconocido (o abordado) por la calle. Gea deja eventualmente la silla de ruedas y el acento eslavo de Ambrus para ponerse en la piel del quisquilloso profesor Higgins, en "My Fair Lady", el legendario musical de Lerner y Loewe inspirado en "Pigmalión", de Bernard Shaw.

Bajo la batuta escénica de Jaime Azpilicueta y junto a la "reina del musical" Paloma San Basilio, el intérprete valenciano redoblará la apuesta que consiste en convertir a una deslenguada florista de los barrios bajos en una mujer distinguida y "bien hablada". El desafío se materializa estos días sobre el escenario del Auditorio de Tenerife, donde el próximo martes tendrá lugar el estreno oficial de este espectáculo que inicia su andadura en Tenerife y que a lo largo de la próxima temporada viajará por toda España.

Hasta hace unos meses el papel del profesor Higgins era uno de los secretos mejor guardados de la producción que ahora se estrena en Tenerife.

Es verdad. Sabía que se estaba preparando este musical, pero en mi cabeza no entraba que yo pudiera tener algo que ver con él. Me llamaron hace tres meses y, sin pensarlo, dije que sí. Fue entonces cuando me eché a temblar (ríe).

Hay una dificultad añadida. Su compañera de reparto está largamente familiarizada con el musical, mientras que usted es nuevo en esta plaza. ¿Nervios?

Intervenir en una producción como esta, que exige interpretar, cantar, bailar... Para mí es algo nuevo, como afrontar de nuevo una primera función. Pero he de decir que he encontrado en Jaime Azpilicueta un gran respaldo: su dirección es muy libre, te da amplia libertad; también me apoyo mucho en Paloma; trabajando junto a ella uno comprende que el reconocimiento a trayectorias como la suya no es gratis; no solo su carrera es muy coherente, sino que ella misma es una gran profesional, con una ilusión y humildad que nos sirve a todos de ejemplo.

Conjurar el recuerdo cinematográfico de Audrey Hepburn no es fácil, pero hacer olvidar a Rex Harrison tampoco es una bagatela. ¿Piensa que el público aún tiene en mente estas referencias?

La gente conoce la película de Cukor y, aunque yo me he traído el DVD a Tenerife, prefiero no volver a ver el filme hasta después del estreno, para evitar así cualquier influencia o tentación mimética. Recuerdo que cuando hice con Miguel Narros "El concierto de San Ovidio", la gente de la profesión me preguntaba: ¿De verdad vas a hacer el papel de Rodero? El propio José María Rodero vino a mi camerino el día del estreno y me preguntó si estaba nervioso. Le dije que sí y me respondió: "Sal, hijo". El caso es que él decidió quedarse en el camerino hasta la conclusión del primer acto. Cuando volví, me preguntó: "¿Más tranquilo?" Asentí, y fue entonces cuando Rodero me dijo: "Pues ahora voy a verte..." Siempre he pensado que, cuando se trata de abordar un personaje, cada actor tiene su momento.

¿Cómo explica el éxito del musical dentro de un sector, el de las artes escénicas, en permanente crisis?

El musical es un gran espectáculo. Hay gente en nuestra profesión que lo menosprecia, porque lo ve como algo ligero. A mi juicio, es un error. El texto es importante, pero si además, como en este caso, le unes el baile y la música, "que mueve corazones y almas", tienes entre manos un espectáculo completo, que moviliza a mucha gente y con el que es muy fácil llegar al espectador. De algún modo, el apogeo de los musicales en España -y especialmente en Madrid- ha contribuido a consolidar las audiencias y a recuperar buena parte del público que el teatro había perdido.

Un apogeo que, paradójicamente, la crisis ha estimulado.

En una época de depresiones como la actual, es lógico que la gente busque evadirse. Es algo que siempre ha sucedido en periodos de crisis. Cuando las preocupaciones son grandes, la gente necesita hacer volar la fantasía y dejar los problemas en la puerta, como decía un personaje de "Cabaret".

Viktor Ambrus le ha granjeado una gran popularidad entre los televidentes. ¿Piensa que el éxito se debe, en parte, a que mucha gente que vivió la posguerra aún se acuerda de emigrantes húngaros como Puskas o Kubala?

Es que precisamente en la misma época en que se desarrolla la historia vinieron a España Puskas y Kubala. También he recibido cartas de personas hablándome de amigos húngaros que llegaron "con lo puesto" y lograron establecerse en España. En este caso fui yo quien se propuso para el personaje. Estaba a punto de terminar mi contrato en "Bandolera", donde interpretaba a Carranza. Esta serie tenía los mismos productores que "Amar en tiempos revueltos". Sé que el jefe de castin tenía problemas para encontrar un actor que no fuese extranjero y hablara "con acento", así que me ofrecí. La respuesta fue más o menos: "La palabra de Carranza es una orden para mí". Tomé contacto con la embajada de Hungría y, después de informarme sobre los compatriotas que habían venido a España en esa época, trabajé aspectos relacionados con la dicción y el lenguaje a fin de "destrozar" secuencias lingüísticas y encontrar la expresión propia de un emigrante húngaro. ¡Y a eso había que sumar la silla de ruedas! Ha sido un trabajo arduo, pero muy gratificante.

¿Es exagerado decir que la cultura en España lo va a pasar especialmente mal en los próximos años?

No es que lo vaya a pasar mal, es que ya lo está pasando mal. Al margen de quién esté en el poder, nuestro sector es un grano en la frente de los gobiernos, sobre todo si intentamos ser independientes. Los políticos solo buscan la rentabilidad rápida y no les interesamos. Nuestra realidad es la que es: en televisión se están parando producciones, las redes nacionales y autonómicas de teatro no están funcionando, y los ayuntamientos, que ya estaban mal, dejan de contratar por falta de recursos. Quizá sea el momento de reinventarse. Artistas y programadores estábamos acostumbrados a un sistema basado en redes y subvenciones, daba igual que tuvieras público o no. Ahora hay que ganarse los garbanzos de otra forma. Con Fernando Conde (ex Martes y Trece) he hecho una gira en la que nos proponíamos a los teatros e íbamos a taquilla. En los sitios donde la obra gustaba, hemos cobrado; donde no, hemos perdido. Volvemos a un sistema regido por la ley de la oferta y la demanda.