Con incursiones aún impresas en la memoria por aquellos derroteros de la cocina netamente vanguardista -que enmarcaron toda una época-, observo hoy, y por tozudez de los hechos, que la realidad imperante es la de una vuelta convencida a los sabores y elaboraciones de los recetarios clásicos, aquellos que fueron tan "reinterpretados" con espumas y deconstrucciones varias.

No como virtuoso entendedor sino más bien por experiencia basada en tantos y tantos años de andanzas en estos menesteres, he terminado sabiendo algo de calidades, prestancias, estado de frescura y demás evidencias.

Valga pues el preámbulo de carácter personal para ratificar la grata impresión tras probar algunas especialidades en este espacio culinario cercano a la iglesia de la Concepción. Mara Fernández y Mario Arriagada llevan los destinos, desde hace seis meses, de este proyecto que, por cierto, ejemplifica una revitalización impecable de una casona santacrucera en un espacio confortable.

En la cocina, el chef Miguel Lara deja entrever en cada emplatado su solvencia y experiencia a la hora de elaborar, sin tapujos ni enrevesamientos, el buen producto. Ya desde el entrante de unas empanaditas de queso ahumado y dulce de guayabo, se denota que la delicadeza es el denominador común de una carta bien pertrechada en picoteo, entrantes, ensaladas, arroces y pastas, y pescados (sugerente el tataki de atún envuelto en sésamo blanco y negro y salsa de miso con espaguetis japoneses) o las carnes.

¡Ah! y la opción, los jueves por la noche, de probar el surtido de sushi del jefe de cocina.

Excelente el aderezo y ligazón de sabores, sin repuntes de unos contra otros, de la ensalada de langostinos (éstos formidables y a punto perfecto de plancha), con ese alma dulzona de una mostaza aligerada.

El arroz negro se me antoja quepuede ser un icono y acicate para venir aquí. Impecable, con un "déjame entrar" en su melosidad y sabiduría en el punto de resitencia en boca. Sencillamente estupendo.

El solomillo con reducción de PX y papas fritas no deja dudas sobre la buena mano del cocinero, además de que un tinto Habla del Silencio (Extremadura) dé el contrapunto acertado en maridaje.

Lo dicho, honesta y buena cocina, y sin tapujos.