UNA FRASE del amigo Miguel Febles nos dice que "Los Realejos es la tranquila y reposada villa realejera y norteña"; el pueblo donde la paz y la tranquilidad se duermen en su amplio caserío disperso sobre los lomos de la isla.

Es toda una realidad, pues desde los mismos pies del padre Teide hasta el mar intenso y sereno encontramos una extensa cantidad de un paisaje único donde el verdor de sus montes y las llanuras de las huertas de papas por las zonas de Palo Blanco, Las Llanadas o La Ferruja conjugan armoniosamente con las escalonadas huertas de trigo que vemos por el barrio de Icod el Alto o de Los Trigos, que junto al palmeral, o quizás oasis, de Rambla de Castro, junto a la llanura inmensa del Atlántico cercano y el caserío blanco de sus haciendas encienden por Tigaiga el más llamativo colorido de sus jardines y patios en flor.

Un pueblo, como decía el siempre recordado periodista don Juan Antonio Padrón Albornoz, de casas hechas de piedra, barro, paja y de rojizas tejas: "Tierra de mis abuelos, las del Jardín de la Zamora, lugar encantado. Allí se levantó una de las primeras casas con balcones y corredores de tea en los primeros años -ya terminada la conquista de la Isla-, en cuya fachada vemos una losa que nos indica en el año que fue construida (1503)". Todo un lugar que canta y encanta y que palpita en el corazón del corazón.

Y coronando este bello pueblo, una imagen que nos embellece todo: Nuestra Señora de Carmen. Bella escultura genovesa que los agustinos del convento de San Juan Bautista, contando con la generosidad de la comunidad realejera, trajeron desde la ciudad de los papas a esta tierra como el mejor regalo del cielo.

Ella -decía el canónigo don Leopoldo Morales de Armas- ha sabido combatir penas y sufrimientos, conjugando lágrimas y fortaleciendo muchos corazones abatidos por las distintas epidemias.

Una imagen que sirvió de modelo y de inspiración a Fernando Estévez -decía don Guillermo Camacho y Pérez Galdós- y a tantos otros escultores que acudían a su capilla a contemplar tan divino rostro.

Tierra realejera de "los mil contrastes", sano lugar donde aún se conservan muchas tradiciones de tiempos ya muy lejanos, y en cada rincón de este lugar encontramos a María, nuestra madre, sanando heridas, arrancando espinas y repartiendo bendiciones y gracias a tantos devotos que la veneraron y la siguen venerando con el mismo cariño que lo hicieron nuestros abuelos y padres.

Ella es la flor más hermosa que brota en el Valle de Taoro, y ha dado pruebas de que no quiere separarse de sus hijos, pues ha sido milagrosamente salvada de dos incendios sobradamente conocidos.

Por eso nos parece justa la frase de Miguel Febles, "tranquila y reposada Villa de Los Realejos", y ojalá lo sea por siempre y para siempre.