CREO que lo peor que podría pasarnos ahora a los españoles es que se tambalee un Gobierno que lleva poco más de siete meses de vida, que obtuvo mayoría absoluta y que, lo que es peor, no parece tener alternativa. Así que creo que, para que Rajoy pueda hacer que nos rescaten lo menos dolorosamente posible a los españoles, los españoles debemos rescatar a un Rajoy a quien vimos, en sus dos comparecencias ante los medios esta semana, excesivamente encorsetado, repitiendo siempre lo mismo -"no se puede gastar más de lo que se ingresa", es el algo cansino lema- y con escasos recursos de carisma. Y, sin embargo, personalmente sigo confiando en que Rajoy lo puede hacer mucho mejor. Basta -ya sé que es fácil decirlo desde la barrera- con que se atreva a remontar el vuelo, olvidando los viejos tics de la eterna política española.

Tuve ocasión de preguntarle, en la rueda de prensa tras el Consejo de Ministros, si no planea ya algún cambio en su Gobierno, dado que algunos ministros parecen ya quemados por unos meses de actividad frenética y de remar contra la corriente; por ejemplo, si no piensa que sería conveniente crear esa vicepresidencia económica que pudiese terminar con la diversidad de declaraciones y de actitudes ante la que está cayendo, y fuese una voz única y creíble la que nos hablase del futuro. Respondió el presidente, con galaica sorna, que lleva treinta años en política y cada verano ha escuchado hablar de ministros quemados y de conveniencias de una crisis de Gobierno, añadiendo que está satisfecho y orgulloso de la actuación de sus ministros. No, no habrá remodelación.

Llevo acudiendo a ruedas de prensa de primeros ministros más tiempo del que Rajoy lleva en política, y no recuerdo haber visto a un Gobierno tan presionado desde aquellos comienzos de 1981 que acabaron con la abrupta dimisión de Adolfo Suárez. Han sido, en efecto, siete meses de locos, en los que el Ejecutivo español ha hecho lo que ha podido o lo que le han dejado hacer, en los que ha habido más contradicciones que marcha firme, en los que los españoles se han empobrecido en casi un veinte por ciento, según dicen los que saben, y en los que no sé si el respeto internacional por nuestro país ha aumentado mucho, mientras que la cohesión interna, incluyendo la territorial, sin duda se ha deteriorado.

Y conste que no caeré en la simplificación de culpar de ello al equipo de Mariano Rajoy, ni a él mismo; ya digo que se ha hecho lo que se ha podido, y dudo mucho que otros, por ejemplo Alfredo Pérez Rubalcaba y sus gentes en el PSOE -valore cada cual estaturas políticas-, hubiesen sabido o hubiesen sido capaces de hacerlo mejor.

Tengo a Rajoy por persona honrada, intelectualmente capaz y todo lo independiente que se puede ser en medio de ese marasmo que ni él, ni su huésped Monti, ni, me temo, el omnipotente y arbitrario Mario Draghi, ni usted, ni yo, ni los "cabezas de huevo" que rigen Europa, comprendemos. Claro que tiene razón Rajoy cuando dice que las oscilaciones tremendas de la prima de riesgo carecen de sentido; pero ni él ni nadie parecen capaces de sujetarla. Esta crisis tiene mil padres y, por tanto, no tiene ninguno; tiene docenas de enfermeros para remediarla, y ya se sabe que un médico te cura, dos te matan; en España, cada economista tiene su propia explicación y su propia receta y lo peor es que parece que lo propio ocurre en la mesa del Consejo de Ministros. Y así, claro, esto no anda. O peor: anda hacia atrás.

Me arriesgaré a aventurar que lo que le ocurre a Rajoy es que no es capaz de soltarse del trapecio para dar el triple salto mortal en política. Porque es política lo que están reclamando ahora los mercados, los ciudadanos, los mandatarios europeos y los colegas periodistas de esos grandes medios de comunicación que hacen estremecer las bolsas con un titular. Me preocupó su respuesta a mi pregunta sobre la remodelación, como me preocupó su insistencia en que él debe gobernar en solitario porque lo está haciendo bien y tiene, al fin y al cabo, mayoría absoluta. Como, por otro lado, me inquietó el hecho de que, en sus cuarenta minutos de explicación previa a la rueda de prensa, el presidente no nos ofreció ni un dato ni una idea ni un pensamiento nuevos: parecía un profesor explicando a sus alumnos algo torpes (bueno, creo que él piensa que los periodistas somos algo torpes, en general) una lección mil veces repetida.

Entré esperanzado en la rueda de prensa. Salí desilusionado. Sé que Rajoy, en quien se concentran ahora todo el poder y todas las soluciones, ha marchado de vacaciones a su Galicia a meditar. También sé, o creo saber, que puede dar mucho más de sí de lo que le hemos visto en estos últimos días. Además, ya digo: después de él, el diluvio. Así que más nos vale que acierte.