MIENTRAS la miseria y el hambre ya tocan en muchos hogares, parece ser que el ciudadano quiere desprenderse del cotidiano cuento de cada día: la miseria que en tantos hogares ya ha tocado en la puerta.

En pleno verano, como ya viene siendo costumbre de tiempos pretéritos, las fiestas toman el protagonismo, y casi nos hacen olvidarnos de tantas penas y amarguras, y son las fiestas las que nos sirven de distracción por algunas horas para dejar atrás por un corto periodo de tiempo ese mal que casi nos ahoga.

Salimos del diario ajetreo con el fin de que el aire de la calle y el encuentro con el familiar o amigo nos distraigan de tantas cosas que nos pasan por la cabeza dada la situación en la que nos encontramos.

Vivimos una época en la cual buscamos el desahogo y la tranquilidad, y nos cuesta encontrar ambas cosas. Corren tiempos nada gratos, pero nos vienen a la memoria aquellas gratas vivencias festivas que han pasado a los libros para que nunca se olviden. Para que queden para los que vienen detrás de nosotros y hagan sus comparaciones. Tiempos buenos y malos, tiempos para recordar viejas hazañas y años de glorias que al paso que llevamos será imposible recuperar.

Hoy volvemos a recordar aquellas vivencias festivas con verdadera nostalgia, y echamos en falta a nuestros más cercanos familiares, que, con entusiasmo y alegría, compartían el pan y la sal del afecto y la amistad; los recuerdos de aquellos años que van quedando atrás se hacen ahora más presentes que nunca por la ausencia. Porque la vida sigue con o sin vendas en los ojos, pero en el corazón del corazón queda grabada hasta la sepultura que el hombre se ausenta de nuestras mentes, y que en fechas como las que vivimos los recordamos, porque aquí, en su paso por esta vida, han dejado muchas gotas de sudor, sangre y lágrimas.

Animados estamos y recibimos las felicitaciones que no merecemos cuando expresamos nuestros sentimientos y ansiedades; el rumbo de la vida sigue, pero siempre ha habido un antes y un después.

Las vivencias festivas de épocas pasadas son el testamento que debemos conservar para que el paso por esta vida siga teniendo valor; el que le hemos dado nosotros mismos con errores y sin ellos. Seamos sensatos y pensemos que estamos de paso por este mundo. El que era malo lo reconocemos bueno cuando ya no está. El que era bueno lo descalificamos por simples errores que pudo cometer mientras vivió y la venda que cubría sus ojos no se le cayó.

De rencores está el mundo lleno. Todos estamos sujetos a equivocarnos, y hasta el más listo comete errores sin darse cuenta. Mañana, cuando el mar amaine y el sol llene de luz el planeta Tierra, abriremos los ojos con más brillo porque la venda que los cubría se ha caído. Será el momento para pensar en tantas vivencias que recordaremos y de tantas equivocaciones cometidas, porque el hombre, por desgracia, suele tropezar dos veces en la misma piedra: la del egoísmo y la de la rebeldía, por muchos golpes de pecho que se quiera dar.