DUDÉ tocar este asunto por polémico. Dudé porque amo a Santa Cruz, dicho sin pudor, y el tema exige una profunda crítica y no quiero que sea mal entendida. Consta la preocupación de funcionarios y políticos, insuficiente, y pretendo aportar algo -quizás solo una reflexión- para que mejore Santa Cruz, sin ansia alguna de señalar a los culpables ni proponer la excomunión de los responsables.

Los hechos. La cruda realidad de una ciudad orgullo en los noventa, hace nada, ejemplo en la gestión de la limpieza viaria, de la recogida de basura y del mantenimiento de jardines, nuestros jardines. Pero ya no. Podríamos condescender y pensar que nuestra querida Santa Cruz solo parece que esté sucia y desatendida, solo, y que las moscas mienten. Si consideramos el enorme esfuerzo económico para pagar hombres y máquinas. Entonces, ¿qué falla?

Me atrevo con una hipótesis: falta de interés. Así de simple. Los servicios públicos no interesan a nadie. Ni al gobierno municipal, que los percibe como un lugar cómodo para colocar en épocas de vacas gordas o como una pesadilla carísima en el (actual) tránsito por el desierto. Ni a las empresas concesionarias, que se limitan a financiar, pese al despliegue técnico inicial que solo importó para la adjudicación del contrato. Ni a los vecinos, que actuamos en la calle como cochinos y no valoramos el esfuerzo hasta que la prestación ha tocado fondo. Ni tampoco interesa a los trabajadores, que se conforman con echar sus horas y en cumplir el convenio a rajatabla, en su caso, y cuyos suntuosos salarios se muestran inútiles como combustible.

Por contagio también supera a la propia inspección de los servicios, aturdida, que no sabe por dónde empezar en un ecosistema sin sanciones, sin multas y sin una mísera llamada de atención. En estas cuestiones terrenales, de bolsa de basura o de caquita canina, la Policía Local no interviene, por orden expresa o por tradición ancestral, nadie se acuerda. La Policía Local, por cierto, otro servicio público desabrido. Y lo puedo entender, en serio, porque son ocupaciones frustrantes: si lo haces bien nadie aplaude, es lo que se espera; y si lo haces mal, lluvia de críticas.

La carencia de interés se corrige echándole ganas. Receta que incluye descifrar por qué madrugan los implicados, cuál el sentido de su práctica coordinada y cómo inculcar una nueva filosofía. Se llama "misión" a la motivación última que nos anima a perseverar en la acción, aquello para lo que vale la pena trabajar, en el terreno de los demás, aquello grande que ennoblece nuestra dedicación cotidiana. Cuando hablamos de los servicios públicos, la misión es obvia: procurar el bienestar de los ciudadanos. Ganas, misión y enfoque.

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