POCO o nada hemos evolucionado desde el siglo XVII. O quizás hemos llevado el homenaje a Cervantes a tal extremo por no contradecir la descripción de nuestras miserias patrias. Somos idéntica gente cuatrocientos años después. Conclusión que creo debemos mantener en secreto, que los alemanes ni se imaginan que los españoles pudiéramos ser así entonces -seguro que no saben que en nuestra primera obra literaria solo la trama principal es ficticia- ni muchísimo menos que los españoles de hoy tengamos tanto que ver con todo aquello. Ni rescate ni gaitas.

Y me vi a mí mismo reflejado como uno más de los "arbitristas" que en aquella época formulaban a la corte propuestas disparatadas con supuestos remedios para la economía o la política. Don Miguel no daba puntada sin hilo y don Quijote ofrece a Su Majestad la caballería andante para solucionar sus acuciantes conflictos militares. Solución perfecta. Aprendida la lección, en el futuro prometo ser comedido en mis comentarios optimistas para no caer en falta de prudencia.

El españolito de a pie encarnado en Sancho Panza, que sueña con gobernar su ínsula de la misma manera que ahora cualquiera acepta ir de concejal en la lista y asumir unas funciones y responsabilidades para las que no está preparado. Y qué más da. Aunque el pasaje más contemporáneo de nuestro fiel escudero es aquel en el que afirma que a ver si el diablo le pone delante una talega llena de doblones para obtener rentas y vivir como un príncipe. Y ni un pelo de tonto que Sancho destila en sus reflexiones sentido común y una inteligencia natural que muchos deberían envidiar.

Comenta Francisco Rico, magnífico autor de la edición de principios de 2007 y nada sospechoso de incorporarse oportunista a la corriente crítica actual, que las ideas de Sancho "eran generalmente compartidas en la España de 1615" y que la situación socioeconómica -crisis monetarias, hambrunas y retracción del comercio con subidas de precios- "había quitado todo atractivo a las inversiones productivas; quienes disponían de capital preferían emplearlo en papel de estado, en préstamos con intereses y, en especial, en hacerse con tierras de señorío". Tan a la última, calcado, aunque en vez de tierras nos decantemos por plazas de garaje...

En este nuestro país, la conciencia colectiva no existe, dicho sin acritud y con mucha resignación. Ya sabía Sancho que su señor estaba como una cabra y le siguió el juego por la expectativa del premio a pesar de la ídem de palos para ambos. En esta recesión, hacemos igual: contratamos fondos asociados a la deuda española (que la pagan tan bien...); las inversiones productivas son cosa de inmigrantes y de las grandes multinacionales.

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