Forman parte del paisaje de Santa Cruz, pero pocos han visto de cerca las casetas que existen en La Resbalada. Pueden parecer chabolas, pero no lo son. Sus moradores muestran orgullosos interiores humildes, pero pulcros, donde algunos pasan los fines de semana y otros residen todo el año.

Alrededor de 15 personas viven durante todo el año allí, dedicadas a la pesca, pero hay hasta 71 casetas en el linde rocoso con el mar hasta lo que llaman Roque Manzano, según explican los residentes.

En apariencia, los que viven o frecuentan las casetas son personas de extracción humilde, pero no indigentes, que pescan para comer y cuyo mayor temor es algo llamado Ley de Costas. Dicen que hace unos años el Gobierno les mandó aviso y quiso censarlos, para saber los que eran. Ahora, con el cambio de la legislación, no saben si les van a dejar tranquilos unos años más o les van a echar "de mala manera".

El enclave, dicen, tiene más de 60 años, y no se trata, para nada, de infraviviendas. "Aquí no hay chabolismo", aseguran Chicho y Juan, dos de los habituales de la zona.

No obstante, el exterior de algunas casas es peor que el de otras. Hay algunas de madera, "las más antiguas tienen más de 60 años", y otras hechas casi exclusivamente con trozos de tejado ondulado. La luz la consiguen con "motores" y "placas solares" y el agua, por bidones. Las cocinas que se pueden observar son de gas. No es que vivan en el lujo, pero tampoco en la indigencia.

Eso sí, reconocen que algunos tienen que acudir a alguna ONG para pedir comida, pero no creen que su situación sea muy diferente a la de otras zonas de la ciudad.

Explica Chicho, que se autodenomina con sorna "el alcalde" de La Resbalada, que allí no viven extranjeros ni gente desconocida. Incluso a los que venden su caseta se les pide que miren a ver a quién meten. "Somos gente sana, pescadores", explica.

Barcas hay en la zona, aunque ellos dicen que solo pescan para comer, no para vender. El pescado que se da en la zona son las viejas, los sargos, los gallos, algún salmonete, samas y salemas. Nunca han pescado nada con aspecto extraño o mutación, a pesar de la cercanía de la Refinería.

No obstante, se quejan de la Depuradora y de la "mierda que suelta" en el mar, "que no se pueden bañar ni los chiquillos".

Un chapuzón

Para pegarse un chapuzón instalaron una escalera que les ayuda a acceder al mar. Un acceso más sencillo que el que tiene el asentamiento marinero, al que se llega tras una larga caminata a través del barranco o por unas escaleras empinadas y medio derruidas.

No todas son personas de medios modestos. Cuando EL DÍA estaba haciendo este reportaje observó cómo bajaba el barranco una familia desde un coche de alta gama. Esos son los otros moradores de La Resbalada. Los que tienen una casa heredada o comprada y van a pasar los fines de semana o las vacaciones. En primera línea y de forma gratuita.

La Resbalada es un entramado de casas y casetas pegadas unas a las otras, que aprovechan en ocasiones la propia pared del barranco para apoyar el techo y el resto de paredes.

Los accesos son caminos de cabras peligrosos por la pendiente y por la presencia de tierra y piedras sueltas que puede hacer al caminante resbalar. Además, el inicio del camino desde la autopista está lleno de basura y de escombros. No así la zona más cercana a las casetas, que mantienen limpia.

A pesar del aparente aislamiento, Chicho y Juan aseguran que hasta allí ha llegado la Policía en varias ocasiones y que los materiales para reformar y modernizar sus casas los han bajado por el barranco a peso.

Son los pescadores de La Resbalada de hoy, que poco o nada tienen que ver con los de hace 60 años. Mantienen el sentido de la hospitalidad con el visitante y el orgullo de ser de este rincón de Santa Cruz.