LA PROPUESTA de crear una alianza de civilizaciones para luchar contra el terrorismo fue una idea que se le ocurrió al señor Zapatero en 2004, siendo presidente del Gobierno español, y que expuso a los cuatro vientos durante su intervención ante la Asamblea General de las Naciones Unidas.

Con esta alianza, Zapatero, además de notoriedad, buscó el entendimiento con los países árabes y musulmanes, y no su cambio o transformación, por lo que supuso un planteamiento absolutamente relativista, porque nuestros valores no tienen por qué ser universales. Todo lo contrario, debemos respetar los de los otros, como los otros deben respetar los nuestros, aunque ambos estén en contradicción. Algo que en la práctica no ocurre, porque estamos hablando de culturas, religión, tradiciones, costumbres y leyes diferentes.

No es momento ni objeto de este artículo hacer una valoración de las bondades de la Alianza de Civilizaciones, tal como las expresó Zapatero en su discurso, sino de la repercusión económica que esta idea ha tenido -y sigue teniendo- en la actualidad para la tan endeudada economía española. Sin embargo, no me sustraigo a la tentación de hacer un juicio crítico sobre la inoportunidad e improcedencia de esta iniciativa socialista.

La Alianza de Civilizaciones fue -y es- algo inútil, en el mejor de los casos, o una farsa en el peor de ellos, puesto que una alianza requiere compartir una serie de conceptos para el logro de un fin común. Algo que, evidentemente, no sucede entre los países occidentales liberales y el mundo islámico. ¿Acaso se pueden compartir conceptos y valores tan arraigados en Occidente como democracia, libertad, tolerancia sexual, derechos de la mujer, etc., con los imperantes en los países islámicos, donde las libertades de asociación, reunión, expresión, religión, etc., no existen o están muy coartadas?

La relativa aceptación de esta ocurrencia a escala internacional se vio gravada por una importante aportación económica que supuso -y sigue suponiendo- una carga para las arcas del Estado.

Efectivamente, desde que el señor Zapatero puso en marcha esta singular alianza en 2004, el tesoro público español ha aportado a la misma, por distintos conceptos entre 2005 y 2011, unos diez millones de euros. Algo así como la tercera parte del presupuesto global de este proyecto, pese a que ciento nueve países, veintitrés organizaciones y Palestina forman parte del grupo de amigos de esta iniciativa.

El pasado año 2011, la Alianza de Civilizaciones recibió de España 650.000 euros, aportados generosamente por el Gobierno de Zapatero. Y aunque la asignación para este año iba a ser de 300.000 euros, la necesidad de reducir gastos ha llevado al Gobierno a decidir que esa cantidad se donará no en un ejercicio, sino en dos: 100.000 euros en 2012 y 200.000 euros en 2013.

Este proyecto que Zapatero compartió con el primer ministro turco, Recep Tayip Erdogan, fue duramente criticado por el entonces partido en la oposición, el PP, al considerarlo fantasioso y muy caro de mantener. Sin embargo, al acceder Rajoy al Gobierno, en vez de rechazarlo decidió mantener la participación española. ¿Por qué? Pues porque al tratarse de un proyecto que ya fue asumido por la ONU, a propuesta del Gobierno español, la retirada de España podría ser contraproducente, entre otros motivos porque nuestro país aspira a obtener un puesto como miembro no permanente del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, en el bienio 2015-2016 y, precisamente, nuestro principal competidor será Turquía, un país que acogió bien la Alianza de Civilizaciones y de gran influencia en los países islámicos. Países cuyo voto necesita España para obtener esa designación.

Por tal motivo, el ministro de Asuntos Exteriores, García-Margallo, ha decidido actuar con prudencia y mantener la cooperación española en este proyecto, que no ha servido para nada útil y que en la actual situación económica que sufre España lo sensato sería cancelarlo para destinar los fondos públicos que absorbe a fines más constructivos y solidarios de los que millares de españoles están necesitados. Solidaridad sí, pero empezando por la casa propia y no por las ajenas.

¡Cuánto dinero se ha despilfarrado en ayudas, subvenciones y donaciones absurdas o innecesarias, que son la causa de nuestra penosa situación económica y laboral!