EL TENERIFE sale de Orense líder, pero apaga un poco su estrella. El tramo final del partido deja un hilo de preocupación del que es conveniente tirar. La autocrítica ayuda. El equipo gusta y tiene recursos, pero ayer se ablandó al final. El problema de este tipo de avisos (recibir dos goles en cinco minutos en un partido que tienes ganado), es que si no le haces el caso debido puede degenerar en costumbre y provocar males mayores. Pero el asunto no da para más. No le doy mayor importancia al hecho de que un equipo que fue tan superior como el Tenerife ayer haya concedido tres remates en su área a un rival que se limitó a centrar balones; incluso hay que admitir que este tipo de situaciones parecen relacionadas con el exceso de confianza.

Creo que hay que aceptar que los equipos son como son: el Tenerife ha construido un conjunto que tiene con un bloque ofensivo de calidad, formado por jugadores con gran talento, a los que les cuesta realizar el trabajo defensivo. Cuando el paso de los minutos va castigando a futbolistas como Luismi Loro -en su caso también las patadas que recibe-, Cristo Martín, Yeray, Chechu o Víctor Bravo, el equipo pierde el medio campo, se va replegando para protegerse y se encomienda a Ros y los cuatro del fondo. Por eso se crecen los rivales que, como el Orense, en igualdad de reservas físicas son netamente inferiores. Este tipo de limitaciones, las físicas, son propias de la naturaleza de un centro del campo que, en contrario, pone fútbol, movilidad, juego interior, recursos a balón parado y un alto suministro de ocasiones. Tanto que ha colocado en cabeza de la lista de goleadores a Aridane.

No se trata de restar importancia al mal final de partido de ayer, pero o lo arregla el entrenador con cambios más físicos o ya podemos ir acostumbrándonos a que este Tenerife es así.

No se puede tener todo.