Aunque hayan pasado casi seis siglos desde su llegada a Tenerife, en 1520 -faltan 8 años para que se cumpla el sexto centenario-, la venerada imagen del Cristo de La Laguna protagonizó ayer el solemne acto del Descendimiento. Fue bajado de su cruz de plata del altar mayor en su santuario, para luego ser depositado en una mesa cubierta de tela roja y cojines de terciopelo, donde numerosos fieles besaron sus pies con la misma fe y tradición que hicieran muchas generaciones anteriores.

Eran las 9:30 horas, cuando cruzaban la plaza de San Francisco los primeros miembros de la Pontificia, Real y Venerable Esclavitud del Cristo de La Laguna, con sus impecables trajes de chaqueta de color negro. Los fieles, no solo por la importancia de la ceremonia, sino por ser domingo, desbordaron la iglesia del Crucificado media hora antes de comenzar la ceremonia.

Son las 10:40 horas. Desde la espadaña del santuario se oyó por toda la ciudad el sonido de las campanas, cuyos tocadores fueron protagonistas porque este año el cartel de la Esclavitud del Cristo, de Toni Cedrés, rinde homenaje a los campaneros.

Y llegó el momento solemne. El reloj marcaba las 11:00 horas. En la iglesia entraron en procesión los miembros de la junta de gobierno de la Esclavitud del Cristo, los esclavos, los sacerdotes concelebrantes de la misa y el obispo, Bernardo Álvarez, precedidos de monaguillos portando ciriales y la Cruz y los maceros de la Esclavitud. Todo juntos, se encaminaron hacia el altar mayor, mientras la coral polifónica del Círculo de Amistad XII de Enero, dirigida por Salvador Rojas González, cantaba: "Juntos como hermanos, miembros de una Iglesia, vamos caminando, al encuentro del Señor".

Por parte del Ayuntamiento de La Laguna, el acto fue presidido por el alcalde, Fernando Clavijo, junto a la concejal de Relaciones con las Instituciones Religiosas, Julia Dorta, entre otros miembros de la corporación.

El obispo de la Diócesis de Tenerife, Bernardo Álvarez, al final de su homilía, hizo una llamada de atención a los miembros de la Esclavitud: "Como mínimo me gustaría ver a los mismos esclavos que hay aquí esta tarde en el Quinario. Porque cuando sale la imagen en procesión, vemos muchos esclavos en la calle, pero luego no lo acompañan sino pocos en la iglesia. No vivamos, por lo tanto, una religión de apariencias".

Bernardo Álvarez comenzó su intervención señalando que "debemos escuchar más la palabra de Dios y proclamar más su fe. Y es que hay muchos sordos en esta vida ante las injusticias y problemas. Oímos el mal existente pero no oímos o oímos muy poco".

Por ello animó a los ciudadanos a oír a Dios para "escuchar tanto lamento de los que viven en la sociedad. Hay sordera en el corazón, y muchos están sordos para escuchar el pecado y las injusticias existentes".

Habló de un Jesús que hizo sus milagros oculto para no ostentar, y recordó al público lo siguiente: "Ama a tu prójimo como a ti mismo y no hagas mal por mal".

Luego vino el momento de bendecir e imponer las medallas a los nuevos esclavos: Francisco Javier Pérez Hernández, Jesús Lombardía Padrón, Pablo Antonio Ramos Rodríguez, Juan Luis Manso Braun, Esteban Reyes Hernández y Luis Tosco González.

Eran las 12:25 horas. Ya había acabado la misa. Las luces del santuario se apagaron para que los sacerdotes Marcos Albertos y Javier Cruz y los esclavos Domingo Lecuona y Ricardo González, tras quitar los clavos, bajaran de su Cruz al Cristo, mientras las salvas anunciaban a toda la ciudad lo que estaba sucediendo en el santuario del Crucificado, cuyos pies besaron cientos de fieles.

A las 18:30 horas, el Cristo salió en procesión, recorriendo la ciudad hasta La Concepción. Al pasar por el Orfeón La Paz, hizo una parada para recibir la ofrenda musical de la Coral Polifónica de La Orotava.

Ya en La Concepción, se celebró una misa, seguida de la predicación del Quinario, a cargo del obispo de Ciudad Rodrigo, Cecilio Raúl Berzosa.