Ha ocurrido esta semana un acontecimiento que no puede dejarnos indiferentes a quienes con tantas ilusiones, y desde hace tanto tiempo, luchamos en pos de la libertad de Canarias. La multitudinaria manifestación que se produjo el martes en Barcelona, con casi dos millones de personas en las calles exigiendo la independencia de Cataluña, supone un punto de no retorno en el afán que tienen de constituirse en naciones con estado varios pueblos que a día de hoy siguen sometidos por los españoles. Ya no hay vuelta atrás: Cataluña dejará de ser parte del Estado español en un tiempo que se avizora corto. Hemos dicho siempre que nos dolería ver mordidas en el mapa de España. Varios huecos donde ahora están Cataluña, Vasconia, Galicia y hasta Andalucía. Sin embargo, también hemos dicho que los tiempos cambian. Es un absurdo que naciones con su propia idiosincrasia, y en el caso de Cataluña, País Vasco y Galicia también con su propia lengua, estén sometidas por un país extraño.

España, lo hemos dicho en nuestro editorial del jueves, ha entrado en un proceso de disgregación acelerada similar a los experimentados en su día por la extinta Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas y, posteriormente, por Yugoslavia. Procesos que, vistos sin apasionamientos, suponen acabar con situaciones abusivas de dominación. Ni la URSS, ni Yugoslavia, eran países como tales; eran un conglomerado de naciones unidas por la fuerza, el miedo y hasta el terror. Lo mismo sucede en la actualidad con España, que tampoco es un país, sino un conjunto de naciones que finalmente, tras muchos años de silencio en gran parte por miedo a la fuerza de las fuerzas, así como por el temor remanente de una Guerra Civil que fue muy violenta, han decidido exigir abiertamente su libertad.

¿Y Canarias? ¿Cuándo van a salir los canarios a la calle para reclamar que nos devuelvan la libertad que les fue arrebatada a nuestros antepasados hace nada menos que seis siglos? Decíamos en nuestro comentario de ayer, y lo reafirmamos en este editorial, que la independencia de Canarias tiene que producirse antes que la de Cataluña. Cataluña es un país físicamente unido a España, pues forma parte de la Península Ibérica. No se puede decir lo mismo de nuestro Archipiélago porque estamos a 1.400 kilómetros de las costas españolas y a 2.000 de la capital de la metrópoli. Estamos en otro continente. Si Cataluña tiene derecho a su independencia, como realmente lo tiene, ¿no nos ocurre lo mismo a nosotros, máxime si consideramos que somos la colonia más antigua de Europa? Y no solo esto. También cuenta –lo decíamos, asimismo, en nuestro comentario de ayer– la Resolución 1.514 del Comité de Descolonización de los Pueblos de las Naciones Unidas.

En Cataluña se ha producido una explosión social a favor de la independencia. Pronto ocurrirá lo mismo en Canarias porque el clamor silencioso del que hemos hablado se convertirá en un ensordecedor grito exigiendo nuestra libertad. El pueblo canario ha estado narcotizado por los españoles durante casi seis siglos. Drogado, atemorizado por las cadenas, el látigo y la Santa Inquisición, y engañado con la falsa idea de que estas Islas no serían económicamente viables si dejasen de pertenecer a España. Una falsedad absoluta, pues muchos y reputados economistas han demostrado que sin el saqueo español viviríamos como los países más ricos del mundo. Recursos no nos faltan y a lo largo de la historia hemos demostrado, allá donde hemos emigrado, que somos un pueblo laborioso capaz de subsistir en las peores condiciones.

El clamor silencioso –ese oxímoron al que recurrimos para expresar de forma concisa lo que está sucediendo– ya es imparable. Nada podrá detener el movimiento ciudadano que se ha puesto en marcha para sacar, de forma pacífica, pero contundente, a los españoles de Canarias y a Paulino Rivero de su búnker. Tanto a él como a su esposa los llevarán hasta la puntilla del muelle y les darán una patada en el trasero, metafóricamente hablando, para que desaparezcan de estas Islas. El destino ineludible de Paulino Rivero y Ángela Mena es el destierro. Ya que hablamos de destinos lejanos, ¿dónde han estado de vacaciones este año Paulino Rivero y Ángela Mena? Lo preguntamos no porque nos importe, sino porque se dice que ambos han sido vistos en un complejo turístico de Fidji; un paradisíaco archipiélago situado en el océano Pacífico. Es decir, al otro extremo del mundo. ¿Será verdad? ¿Será verdad que este mago político y la musa que lo acompaña se relajan tan lejos de Canarias para no ver las colas del hambre que ellos mismos han provocado? A lo mejor resulta que están buscando un lugar cómodo al que exiliarse, pues a estas alturas deben saber –y si no lo saben es que son políticamente más necios de lo que pensamos– que no podrán vivir entre los canarios cuando abandonen sus cargos públicos porque el pueblo los detesta.

No nos extrañaría que esta pareja al mejor estilo rumano se haya tomado en serio, como decimos, su ineludible expatriación, porque también circula de esquina en esquina una curiosa anécdota. Parece que una pareja de canarios se encontró con el matrimonio Rivero-Mena en Fidji. La primera intención fue pedirles que posaran con ellos para inmortalizar la coincidencia. Sin embargo, no se atrevían a hacerlo. En el entretanto, le comentaron al camarero que los atendía en el complejo turístico que ese señor era el presidente de Canarias; la tierra de la que venían ellos. "Ese señor es el dueño de todo esto", les respondió el empleado del resort.

¿Será verdad esta anécdota o se trata de un chisme? A nosotros nos la ha relatado una persona que consideramos seria. Naturalmente, no es ningún delito veranear en Fidji, ni tener propiedades en el extranjero –aunque no sea en México–, ni darse la vida padre mientras los canarios se mueren en las listas de espera –tenemos las peores listas de espera, se publicaba hace unos días– y sus hijos deben emigrar. Ni siquiera es un delito presidir el Gobierno de Canarias sin haber ganado las elecciones, pero algunas cosas no son aceptables desde el punto de vista moral aunque estén plenamente dentro de la legalidad.

Al margen de la veracidad de anécdotas como esta, es evidente que Paulino Rivero no puede permanecer ni un día más como presidente de Canarias, Rivero es un traidor político a su pueblo porque consiente la dominación colonial de los españoles. De vez en cuando hace un gesto tan cínico como inútil de pedir más soberanía fiscal, pero eso es todo. Limosnas, migajas y huesos roídos que le echa el godo al can que lame la corona en el escudo oficial de esta falsa comunidad autónoma, porque lo que realmente somos es una colonia. Lo somos desde que nuestros antepasados los guanches fueron masacrados por las tropas que enviaron Isabel de Castilla y Fernando de Aragón. Guerreros con corazas, espadas y pólvora capitaneados por los viles adelantados lanzados a muerte contra unos aborígenes que, pese a enfrentarse a ellos a pecho descubierto, resistieron durante casi cien años antes de sucumbir totalmente al invasor. ¿De qué nos sirve que este presidente legítimamente ilegítimo –pues al no haber ganado las elecciones es presidente mediante un fraude de ley– llame a los canarios a unirse contra la prepotencia de Rajoy? Si él fuera un auténtico nacionalista, un patriota, haría lo que ha hecho Artur Mas en Barcelona. Sacar a la gente a la calle, de forma pacífica, para mostrar a los españoles hasta dónde puede llegar un pueblo que quiere su libertad. ¿Cuándo expulsará CC a este déspota de sus filas y se encaminará con paso decidido hacia la consecución de nuestra soberanía nacional?