POR CANARIAS. Paulino Rivero anunció que abandona la Presidencia con carácter inmediato. Con todo el dolor de corazón. Que al final cede a la presión de su enemigo íntimo y se inmola, incapaz de soportar un minuto más el sufrimiento del pueblo canario. Su cabeza a cambio de enmendar los Presupuestos Generales del Estado. Consiente, al fin, que el PP gobierne las Islas en mayoría simple con la condición de que la Cámara Baja rectifique el proyecto de ley para el próximo ejercicio, para dejar de ser vagón de cola de las regiones españolas. "Canarias bien vale una misa", fue su reflexión, "y que la Historia juzgue mi loable conducta".

No queda otra. Imposible luchar contra el rodillo implacable del PP, que rinde pleitesía a sus barones autonómicos y reniega de Canarias. Porque se impone la disciplina de partido, su señoría. Sí, Paulino arroja veinte años de nacionalismo a la basura, postrado ante la evidencia de una crisis que el PP se empeña en agravar. Sí, en efecto, renuncia a la política pertinaz que elevó Canarias a lo más alto, a una cota de igualdad y bienestar social sin parangón y que ahora peligra por el ansia de poder de los conservadores. Elige el menor de los males para los canarios: acepta prescindir del eficaz sistema clientelar que tan buen resultado ha dado, por vaya usted a saber qué, lo que ofrezca el PP, pero con dinero, que traiga dinero, por favor, aunque sea otro el que lo reparta.

Y el ministro Soria, muy ufano, es investido presidente de Canarias, pero sigue de ministro, por supuesto. Y resuelve la controversia: ni Santa Cruz ni Las Palmas; la sede de presidencia, a Madrid, que es de donde se mueve la pasta. En declaraciones a la prensa, agradeció el noble proceder de Rivero en nombre de todos los canarios -no sin cierta sorna- y deseó que no sea demasiado tarde. En realidad, el ministro-presidente tampoco sabe qué hacer, agotado el recurso de culpar a los otros que ahora son ellos mismos, ni siquiera si los presupuestos admiten algún gesto. Qué más da.

-Pero ¿y los problemas de la gente?

Usted no se entera. Se debate de dinero, solo de dinero, de cómo repartir y gastar el botín, como si aún funcionara la máquina de imprimir billetes. Ninguno se percata de que la recaudación de impuestos requiere que la economía funcione. Y para que la economía funcione -da igual quién gobierne- urge eliminar distorsiones en el mercado -fuera las subvenciones y todo el aparataje ultraperiférico-, acabar con la economía sumergida, el fraude y la corrupción y extender la alfombra roja a las inversiones. Menos lamentaciones y más... Pues eso.

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