EL 31 DE MARZO de este año se celebró en esa Cataluña preindependiente -y algunas cosas más- un enlace matrimonial que pasó bastante desapercibido para los medios de comunicación pese a su importancia, pues fue todo un bodorrio como marcan los cánones; no solo por los 400 invitados que cenaron opíparamente en las Cavas Codorniú, sino por la identidad de los contrayentes: Mercè Pujol Gironés, nieta del expresidente Jordi Pujol, e Ignacio García de Quevedo, hijo de Xavier García de Quevedo, presidente del Grupo México; un holding que creció a la sombra del PRI y que resultó muy favorecido con las privatizaciones realizadas por Carlos Salinas de Gortari entre 1988 y 1994. Cuentan quienes asistieron a la boda por la Iglesia (ambos se habían casado civilmente en México un mes antes) que Ignacio es un muchacho de guapura neutra capaz de tocar la guitarra y cantar. "I a mès estan forrats", comentó una señora catalana durante la ceremonia. Forrados y bien forrados, ya que la fortuna de los Quevedo es incalculable.

Hasta aquí nada fuera de lo común. Desde el siglo pasado -prácticamente desde que se produjo la independencia del país- las familias mexicanas con buena posición económica han procurado matrimoniar a sus vástagos con españoles de abolengo. Arruinados, pero con apellidos; como los coburgos de la Villa, para entendernos, a los que se somete solícito Isaac Valencia aunque él presuma de lo contrario. La única diferencia es que los Pujol no son una familia venida a menos monetariamente hablando. Al margen de esos 137 millones que tienen en Suiza según el querellado diario El Mundo, sus andanzas en el país de los mexicas (no aztecas sino mexicas; recomiendo leer a Hugh Thomas en "La conquista de México") vienen de atrás. Cuentan esos digitales de Dios o del Diablo que en noviembre de 2010, el primogénito de Jordi Pujol y Marta Ferrusola inauguró en Acapulco el hotel "Encanto" junto a dos socios locales. Fue una velada deliciosa a la que, por supuesto, no faltaron los padres del empresario. Según las crónicas del acontecimiento, Jordi Pujol lucía camisa blanca y blazer negro, mientras su incombustible esposa, Marta Ferrusola, se decantó por un traje azul eléctrico. El resto lo encuentran ustedes en Internet con un par de clics.

Se preguntan los abundantes pícaros que pululan por este país si el nuevo matrimonio hablará en español o en catalán cuando estén en la intimidad, al igual que se cuestionan cuál de ambas lenguas empleará don Jordi para conversar con su opulento consuegro don Ignacio. Mi pregunta, en cambio, es si algún día se celebrará por estos alrededores un enlace similar entre algún descendiente -o descendienta, ay Bibiana- de un político vernáculo con algún mexicano o mexicana adinerado o adinerada, considerando que ahora debemos decir pollabobas y pollabobos para ser políticamente correctos. El banquete no sería en Codorniú, claro, pero siempre habría alguna bodega comarcal dispuesta a acogerlo. Porque México existe; que nadie lo dude.

Un poco más en serio, el otro día sentí pena de unos jóvenes catalanes, casi adolescentes, embobados durante un mitin de Arturo Mas. Cómo los engañan, pensé. Cómo utilizan algunos, aquí y allí, un ideario legítimo -aunque sustentado en falsedades y contrario a los tiempos- para enriquecerse sin recato.

rpeyt@yahoo.es