"EL AJEDREZ es como la vida", dijo Alekhine. "El ajedrez es la vida", apostilló muchos años después Fischer. Alexandre Alekhine fue un campeón mundial de ajedrez nacido en Moscú en 1892 y fallecido en París, ya con la ciudadanía francesa, en 1946. Tres años antes había llegado a este mundo en Chicago Robert James Fischer, más conocido como Bobby Fischer, que también fue campeón mundial del llamado juego ciencia, aunque supongo que esto no hace falta escribirlo porque lo sabe cualquiera.

Me parece una buena idea que los partidos políticos con representación en el Parlamento de Canarias aprobasen el miércoles incluir el ajedrez como una asignatura en la enseñanza primaria y secundaria. No como una actividad extraescolar, lo subrayo, sino como una materia más que se impartirá en horario lectivo, siguiendo las recomendaciones de la Unesco. No resulta extraño que la iniciativa haya partido de Nueva Canarias. Hasta el mazazo que les dio Fischer a los rusos (más bien a los entonces soviéticos) en Reikiavik allá por 1972, el ajedrez había sido un estandarte de la supremacía de la inteligencia comunista frente al capitalismo explotador. Acaso por eso tampoco sea sorprendente que Fischer desarrollase su talento en el Manhattan Chess Club; una institución -institución es la denominación adecuada, y aún se queda corta- fundada en 1877, cuyo nombre no pronuncia ningún aficionado a este deporte sin estremecerse. Nueva York siempre ha sido una ciudad de izquierdas; dentro de lo que se puede ser de izquierdas -progresista es otra cosa que no viene a cuento- en Estados Unidos, naturalmente.

Al ajedrez lo desplazaron los videojuegos de la misma forma que los móviles con mensajería instantánea están dejando al piberío sin tiempo para leer algo serio. Por eso ya no surgen genios como Lasker, Capablanca, Keres, Tal, Korchnoi, Spassky -condenado al ostracismo por la nomenclatura soviética tras su derrota ante Fischer-, Karpov y el propio Fischer; un niño conflictivo al que su madre le compró un tablero de ajedrez para que se entretuviera jugando con su hermana. Obviamente, hizo algo más que entretenerse. Se decía que su coeficiente intelectual superaba al de Einstein y que era capaz de recordar, jugada por jugada, todas las partidas que había disputado en su vida. Los mitos crean un aura sobrenatural a su alrededor que contribuye a elevarlos, aún más, sobre los otros mortales.

Dicen algunos profesores de autoescuelas -los buenos; los que enseñan a desenvolverse en la vía pública a los futuros conductores y no solo a conseguir el carnet- que para ir bien en moto primero hay que aprender a montar en bicicleta, y que los mejores moteros son a la vez los mejores conductores. Ocurre lo mismo con la capacidad de razonar. Plantean mejor sus problemas no solo los matemáticos, sino también los químicos, los médicos y hasta los letrados si antes han aprendido a pensar delante de un tablero. Y un problema bien planteado ya está medio resuelto. Por eso esta vez cabe aplaudir sin "peros" una acertada decisión de los políticos canarios.

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