Apenas unos metros cuadrados bastan al Grupo San Pío X de la Asociación Nacional de Caridad San Vicente de Paúl para hacer feliz a un puñado de ancianos y a otras personas no tan mayores que cada día almuerzan, meriendan o cenan por el empeño de un grupo de voluntarios y, sobre todo, voluntarias que se han convertido, en la mayoría de los casos, en su familia. Dramas asociados a la crisis económica, con un trasfondo social agravado por trastornos psíquicos o simples abandonos de la condición humana por la pérdida de un empleo, un familiar o, sencillamente, las ganas de vivir. Unas mesas, un plato de comida y ver cómo el que se sienta al lado tampoco está solo colaboran a creer, por muy difícil que parezca, en que existe o puede existir un mundo mejor.

No corren buenos tiempos. Pagas irrisorias, enfermedades devastadoras o fulminantes desahucios complican la búsqueda de un positivismo que se alinea por estas fechas para pensar en el más desfavorecido. Impulso de solidaridad que buena falta hace el resto del año. CajaCanarias, en su afán por alcanzar en su máxima expresión su función de obra social, mantiene el pulso y el contacto directo con asociaciones que perviven y persisten en tiempo presente por la perseverancia de unos pocos que invierten tiempo y algo más en hacer más llevadera la vida que tienen alrededor. Gánigo es la calle de la esperanza desde hace 27 años en la que el lado más humano pelea a brazo torcido frente al desarraigo de una sociedad en déficit de valores y economía. Es el lugar de batalla de este comedor social, uno de los más longevos de la Isla y ejemplo de gestión a lo largo de los años.

Carmen Correa y María del Carmen Carnero están al frente de un sitio modélico de beneficencia y cooperación con los más necesitados. "A medida que pasa el mes", cuentan ambas, prácticamente al unísono, "va sumándose más gente con nosotros". Su tarea, indispensable para el engranaje y la cohesión social del municipio, no se limita a recibir y buscar la comida o prepararla, sino que va más allá, a la hora de resolver los múltiples problemas de los vecinos que aprovechan la caridad de ellas y su equipo de iguales, voluntarios todos, en su propósito de ser el bastón de los que casi han perdido hasta la fe. "Hay que ayudar desde lo que uno pueda y con lo que tengamos, ya sea comida, ropa, calzado o ahora que se acercan los Reyes, regalos. Incluso, con excursiones por la Isla. Hasta una vez fuimos hasta Las Palmas", afirma María del Carmen, que ya piensa en hacerle sitio a otras diez personas que estén necesitadas.

Estas lecciones de vida y otras muchas se reúnen en el barrio de Las Cabritas a través de un grupo de personas que dan sin pedir nada a cambio bajo un lema que se lee con meridiana claridad en una de las paredes: "Esforzarnos por ser y no parecer".

Ese año se abrió el comedor de San Pío. Muchos de los voluntarios de aquella época se mantienen al pie del cañón en su solidaridad con los pobres de Ofra y de otros barrios 27 años después.

Una historia anónima, la de José José es uno de tantos a los que los ojos se les hacen chiribitas cuando se le pregunta por cómo lo tratan en San Vicente de Paúl. Tiene 58 años y aún posee ingresos por su ocupación en el departamento de mantenimiento en un centro cercano. Su jornal, sin embargo, va prácticamente íntegro al pago de una hipoteca que no era suya, sino de un amigo al que avaló y que hace poco más de dos años se ahorcó agobiado por su difícil situación. Es el sino de una vida de orfandad y escasa suerte, aunque no exenta de un agradecimiento sentido y sincero hacia los que mantienen en pie, con su sudor, el significado de los comedores sociales. "Aquí nos tienen muy mimados", explica con la misma pasión del que habla de su familia. "No sé qué haríamos si desapareciera esto. Buscarnos la vida, supongo, pero de una manera peor, seguro. Es una necesidad estar con gente tan buena y que te hace sonreír todos los días".