No me haga mucho caso. Ni señales ni nada. Me atrevo a proclamar la certeza de que el futuro no existe y no tiene por qué ocurrir si usted no lo desea; disfrute el libre albedrío. Los seres predestinados se ahogan arrastrados por la corriente, doctrina infame para sojuzgar voluntades. Decía El Roto magistral: "No hay futuro, por delante solo hay tiempo, o eso nos quieren hacer creer; no se deje engañar y construya su vida sin complejos". Una sugerencia infalible: procure respirar, poco más necesitamos para vivir y no exagero.

Paulino. Otra vez, Paulino, que no se ha percatado de dos enormes realidades (por obvias, será): que los inmigrantes generan riqueza con su empuje e iniciativa, la primera, y que en Canarias (casi) todos lo somos o lo fueron nuestros padres o nuestros abuelos. La migración es una bendición que oxigena el corral. Repase nuestros profesionales y empresarios más ilustres: nemo propheta acceptus est en patria sua, algo más que un proverbio latino. No quiero ni pensar que sea una cortina de humo -al estilo del referéndum catalán- porque la xenofobia la carga el diablo. Qué pena Paulino, con todas las cosas que podría hacer y ahí está, de rezos a la Virgen del Pino, mientras espera a que cambie la tendencia haciendo lo mismo. Desafío a las reglas del universo conocido, quizás Rivero sea de otra galaxia.

Los empresarios. A quienes encomendamos la crucial tarea de generar empleo por un poco de dinero; un trato justo. De su conducta -entusiasmo, ganas e imaginación- depende gran parte de nuestro futuro. Cuenta Indro Montanelli como la familia Crespi, propietaria del Corriere della Sera en los años sesenta, solo intervenía en la vida del periódico, aparte de la elección del director, al pasar a recoger los beneficios a fin de mes. Los que nos dedicamos a la dirección de empresas debemos hacer algo de autocrítica porque aquí esto no funciona así. Nuestros empresarios son (todavía) de los que les gusta amasar el pan con sus propias manos. El inversor -esa rara avis- no habita entre nosotros y buena falta que nos hace. Ese inversor que entienda que un depósito a plazo fijo está muy bien, pero que financiar un negocio es algo más: es riqueza, es empleo, es futuro. Ups, qué bueno, usted ve, aquí tiene el señor Rivero un asunto en el que pensar, en cómo penalizar unos comportamientos y premiar otros.

Los emprendedores. "El pequeño y mediano emprendedor", dijo en la radio una honorable representante de la cosa; eso tiene la paridad en las listas, que se cuela cualquiera. Si consideramos que la evolución se basa en variaciones accidentales que permiten, en su caso, enfrentar mejor la mutabilidad del entorno y que quien se adapta sobrevive, resulta imprescindible crear las condiciones para que esos fenómenos casuales tengan lugar en el mundo de la empresa. De eso va la innovación, que requiere descaro y espontaneidad pero nada de reglas ni miedo al fracaso ni subvenciones. Otra sugerencia: que las empresas incorporen a sus equipos de trabajo gente joven, de veintipocos, sin prejuicios y sin experiencia previa, gente que piense de otra manera, para que surja esa ocurrencia disparatada. En las empresas, sí, porque tiene que haber alguien que sepa identificar si el disparate resultará útil y cómo transformarlo. El emprendedor se arriesga a la melancolía cuando desperdicia su talento en la idea equivocada. Ideas que se convierten en dinero, juego en el que no conviene participar solo.

Melchior. Que dijo que se iría de CC si su cabildo no gestionaba el Parque Nacional del Teide y nada, ni su propia profecía. Ya programó la ineludible reestructuración de sus empresas públicas y ahora asumirá la responsabilidad política, ¿se imagina? El futuro es inescrutable, divino tesoro.

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