Ojos abiertos como platos, cartas (todavía) en la mano, cierto temor a coger los caramelos que lanzan desde las carrozas y muchas ganas de gritarles a esos tres señores vestidos de manera un poco estrambótica que iban a lomos de un extraño animal llamado camello, porque ellos son los responsables de que sus deseos se cumplieran la noche mágica del 5 de enero. Ese es el perfil de los miles de niños canarios y tinerfeños que ayer salieron a las calles de ciudades y pueblos para ver pasar la cabalgata de Sus Majestades de Oriente y recordarles sus peticiones en forma de juguetes y regalos. Solo a través de la óptica de esas personas menuditas se pueden analizar espectáculos como los que se repiten año tras año. Melchor, Gaspar y Baltasar llegaron por tierra, mar y aire. Incluso en tranvía, como en La Laguna. Pero, sobre todo, llegaron porque los Reyes Magos no saben de crisis ni de recortes (siguen siendo tres). Valoraciones habrá muchas, unas buenas y otras no tanto, pero serán siempre de los mayores, porque no hay nada más grande que la ilusión de un niño. Y esa es eterna, aunque cambie el protagonista.