Comentaba recientemente un colaborador de un diario editado en Madrid el caso de cierta alcaldesa que se ha construido un gran chalet -casi una mansión- pese a que su salario antes de dedicarse a la política era bastante reducido, pues no ocupaba ningún puesto de importancia en una empresa privada o pública. Ante el asombroso hecho de que esta edil hubiese prosperado tanto en tan poco tiempo, propone el autor del artículo que Hacienda investigue las propiedades de los cargos públicos en consonancia con sus ingresos. ¿Por qué no se hace lo mismo con Paulino Rivero y Ángela Mena? ¿Por qué no se cotejan sus ingresos durante los últimos años -lo cual es muy fácil, pues se supone que no han tenido otros que los provenientes de sus emolumentos por el desempeño de cargos públicos- con las propiedades que poseen y, de forma particular, con la lujosa mansión que están terminando en El Sauzal?

Nosotros vamos un poco más allá. ¿Por qué la misma prensa, de todos conocida, que durante tantos años ha criticado concienzudamente a políticos de oalición anaria debido a algunos "sospechosos" incrementos de patrimonio, no solo hace la vista gorda con este matrimonio políticamente rumano sino que incluso lo defiende? ¿Están ciegos los jueces y los fiscales? Poco o nada se puede esperar de la prensa subvencionada y de un tatarita retorcido al que han comprado barato, pero la Justicia es una institución decente que no puede quedar impasible ante las indecencias, aunque se trate de inmoralidades políticas. Los magistrados, insistimos, deben investigar lo que está pasando porque crece la alarma popular.

El pueblo está indignado ante la corrupción que impera en España. ¿Por qué tenemos que seguir unidos a un país corrupto? Si no existieran razones para nuestra independencia, que realmente existen y son muchas, esa por sí sola sería suficiente para cortar definitivamente las cadenas que nos atan a la metrópoli. España nos tizna con su crisis y sus inmoralidades políticas como nos mancharía una sartén vieja y sucia. Necesitamos una nueva política. Necesitamos hombres y mujeres netamente canarios ocupando los cargos públicos relevantes de las Islas. Puestos que hoy están en manos de peninsulares -cuando no de godos, lo cual es todavía peor- o de nacionalistas falsos como Paulino Rivero; el hombre que ha perjudicado tanto a estas Islas como el colonialismo español, e incluso más.

¿ómo es posible que el Ejército, mediante su Unidad Militar de Emergencias, los jueces y el fiscal anticorrupción no hayan intervenido todavía para apartar a Rivero de su cargo? Porque, al margen de sus torpezas políticas, que son innumerables ya que como gobernante es muy torpe, seguimos preguntándonos de dónde ha salido el dinero para el palacete de El Sauzal. La mansión existe y México también, aunque siga sin investigarse lo que hay mediante vías judiciales, policiales, diplomáticas y hasta políticas. La investigación tropieza con la legislación mexicana, que permite la existencia de documentos tanto públicos como privados sobre propiedades y sociedades, pero hay que hacerla pese a esas dificultades porque el pueblo quiere saber qué está ocurriendo. Tal vez el tesoro esté ahí, sin declarar. ¿Es que unos van a Suiza y otros a México? No lo afirmamos porque no lo sabemos. Por eso hay que investigar. ¿Será verdad también lo que nos contaron sobre el complejo hotelero en las islas Fidji?

Solo por lo mal que ha gestionado la economía de anarias, Paulino Rivero debe ser llevado ante un tribunal, juzgado y encarcelado si la sentencia es condenatoria. Una vez cumplida la pena de presidio, debe ser invitado a abandonar definitivamente estas Islas porque los canarios no lo quieren. Solo siguen a su lado un grupo de acólitos, políticamente tan culpables como él de la miseria y el hambre que sufren muchos isleños. Hasta personas que no hace mucho contaban con empresas rentables tienen que acudir ahora a los comedores sociales. ¿Es esto lo que se merece el pueblo canario?

Donde no falta nada es en la mesa de Paulino Rivero y Ángela Mena. Hasta en la forma que tienen de saludar al pueblo cuando acuden a un acto público se nota su prepotencia. A tal grado llega su estupidez que remedan a la familia real británica. Nada extraño, porque su estulticia política hace que se crean virreyes.