En la época feudal los habitantes de las villas agrícolas se dividían en dos categorías: los campesinos libres y los siervos. Los campesinos libres podían cambiar de lugar de asentamiento, casarse con quien quisieran, comprar o vender sus posesiones -que no eran muchas; apenas el pequeño terreno que cultivaban- y disfrutar de bastantes derechos -no todos- que tienen hoy los ciudadanos de las naciones democráticas. n cambio los siervos, generalmente denominados siervos de la gleba, no tenían otra opción que la esclavitud. Debían servir gratis a su señor y no podían abandonar la tierra sin su consentimiento. Más aún, cuando el amo vendía sus tierras o parte de ellas, los sirvientes eran trasmitidos al comprador conjuntamente con los terrenos. La dependencia era tan absoluta, que ni siquiera podían contraer matrimonio sin autorización del señor. Sobra añadir el ignominioso derecho a la primera noche englobado en el conocido derecho de pernada. Cuando me pongo a pensar en la situación de este país, todavía llamado spaña, me pregunto hasta qué punto no siguen existiendo señores y siervos. Alguien puede pensar que los amos son los gobernantes y que los lacayos somos los ciudadanos sin otro derecho que la obligación de levantarnos al alba, trabajar todo el día -los que aún tenemos la suerte de trabajar-, pagar impuestos y aceptar los atropellos que nos imponen desde arriba con la resignación de que nada podemos cambiar y la esperanza, pues la esperanza siempre es lo último que se pierde, de que algún día quizá también nosotros estemos arriba.

Dejando a un lado los eufemismos, las parábolas y hasta las comparaciones, en spaña sigue habiendo mucha gente con derecho a todo y muchísima más gente, la inmensa mayoría de la población, obligada a todo. Para empezar, no todos podemos ser el Jefe del stado. so no depende de los méritos personales ni de la voluntad popular. Depende de la genética, por no decirlo con otra palabra peor sonante. Acaso por eso de la estabilidad político-social y similares monsergas debemos aceptar a un monarca. ¿Conlleva eso transigir con la impunidad para todos los parientes del monarca? ¿Qué diferencia hay entre una señora infanta que desconocía los trotes económicos de su marido y una señora ministra que no sabía en qué tinglados andaba metido el suyo, cuando estaban unidos en santo matrimonio?

A mí, como pequeño empresario -la mínima expresión de un empresario- la Seguridad Social me cobra el mes por adelantado. Y el IGIC tengo que pagárselo al Gobierno de Canarias haya o no haya cobrado las facturas que lo devengan. Y si me retraso un solo día, lo pago con un 20 por ciento de recargo. Para que no falte nada -para que no me olvide de mi lacaya condición-, un señor que no pertenece a la Seguridad Social ni al Fisco, pero al que debo pagarle para poder pagarle a la Seguridad Social y al Fisco, me cobra dos veces unos respetables honorarios simplemente porque se equivocó. Lástima que nadie se equivoque nunca a mi favor.

Camina o revienta como los siervos de la gleba o como el Lute cuando escapaba de los picoletos. Un día -hasta los empresarios lo están diciendo- va a reventar este país. Y cuando eso ocurra, las primaveras árabes habrán sido, en comparación, simples peleas de parvulario. xperiencia histórica no nos falta.

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