Cuentan que las floristerías de Santa Cruz y La Laguna sufrieron una feroz inspección de trabajo el día de los enamorados. No se ría. Y no sé por qué le parece mal, al fin y al cabo, para eso están, reconozca que tiene su lógica. Evidencia, sin embargo, que la legislación laboral nada tiene que ver con la realidad de la actividad económica, lo absurdo del enredo burocrático, el tener que comunicar con carácter previo y la carga de impuestos que soporta la contratación de personal, que por ahí vendrán las infracciones, en su caso. Si lo que se pretende es recaudar las cuotas de la Seguridad Social, bastaría con liquidarlas al abonar los emolumentos y que aplique el contrato verbal con todas sus consecuencias. Total, dispuestos al fraude, si las dos partes quieren, nada que hacer. Una verdadera reforma laboral debería proponer la fórmula para que al menos una de las partes no quiera, no quiera defraudar, se entiende.

Vaya a pescar. Me cuentan también, aunque me cuesta creerlo, que un empleado le propone al empresario que le arregle los papeles del paro, que está cansado, que no quiere seguir en su puesto; sí, como lo oye, esto fue aquí, en Canarias, y esta semana. La cosa tiene su enjundia porque para cobrar el desempleo no vale la renuncia: deben pactar un despido ficticio. Dos se ponen de acuerdo para que uno reciba dinero público. Pero ¿qué hacer?; ¿qué hace el contratador con una persona que no quiere trabajar?: ¿despedirla?... entonces puede que ya esté justificado. Difícil solución y de complejo encaje moral. Una verdadera reforma laboral, amigos del PP, para prevenir el fraude, debería considerar el subsidio como un seguro de desempleo y que cada uno se lo administre como quiera. Que mi jefe se me sube a las barbas, pues hasta luego, Lucas, pero todo legal. En este país renunciamos hace tiempo al treinta y cinco de la Constitución, ese que dice que tenemos el deber de trabajar y el derecho al trabajo.

Tenga cuidado. Porque la calle es territorio comanche. Que lo sepa, camina usted desprotegido frente al tráfico y no solo por carecer de parachoques o del airbag. Ya lo decía el Quijote: "Vaya la piedra contra el cántaro o el cántaro contra la piedra, malo para el cántaro", aunque algunos jueces no lo entiendan así. Tenga cuidado, insisto, porque en caso de accidente, conductor y viandante no son iguales frente a la ley. Algún día el mundo volverá a ser peatonal.

Sea feliz. No se engañe, necesita un plan.

Cuestione su vocación. Me inclino a identificar la no vocación como causa de gran parte del desánimo imperante. Aunque cualquiera esté dispuesto a trabajar "de lo que sea", cosas de la crisis, muy pocos tienen claro de qué, "tampoco hay dónde elegir", pensarán. Grave error porque la vocación debe dirigir nuestra carrera profesional, y ésta, estructurar nuestro proyecto personal: la felicidad requiere metas, logros y un sentido. Desarrollar una profesión -de aprendiz a maestro- no está en los planes. La formación sí, hasta por exceso, pero no es suficiente. No encuentras quien quiera ser panadero, jardinero o cajero de supermercado. Que se forme y que aprenda el oficio, porque cada profesión tiene secretos que hay que descifrar y llegar a dominar, hasta estar orgulloso de ello. A los profesionales se los rifan. Mi propuesta es muy simple: no busque trabajo por dinero, por tan poca cosa, busque trabajo por vocación, le garantizo que le será mucho más fácil encontrarlo. Que sí, que hay escasez de oportunidades, es verdad, y tanta carrera truncada y tantas ilusiones perdidas, que sí, tiene razón. Decida usted: llore y acepte su destino o póngase en marcha y empiece de nuevo la maravilla del libre albedrío.

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