Liberia Hernandez Rodríguez es un símbolo en el problema social de los niños robados. Tiene las ideas muy claras y los recuerdos muy nítidos. Un día le arrebataron a su familia y su tierra. Se la llevaron lejos de sus seres queridos, que nunca la olvidaron. Y no dejó de ser tinerfeña ni de Arafo. Ese municipio le rindió un homenaje como mujer luchadora y trabajadora. Su lucha soterrada de niña, adolescente y joven consistió en no olvidar el nombre y el apellido que le había puesto su madre viuda, cuando una monja la llevó desde la Casa Cuna de Santa Cruz hasta Alcoy (Alicante), junto a un matrimonio al que nunca llegó a querer como padres adoptivos en su corazón.

Hoy asegura que, desde su punto de vista, el Cabildo tinerfeño tiene miedo a abrir los archivos para que muchas personas puedan encontrar sus raíces. Y añade que ese miedo es mayor en Tenerife que en la Península. Liberia, cuyo caso fue unos de los primeros en aparecer en la prensa de Madrid, solo quiere "contar lo que pasó y facilitar el encuentro de muchas personas con sus orígenes".

Respecto a las acciones emprendidas por el Gobierno del Estado sobre este problema se muestra muy pesimista. Dice que la administración está "mareando la perdiz, mientras los implicados se mueren y las víctimas se cansan y desisten de su lucha". Piensa que las pruebas de genéticas nunca serán cotejadas como se debiera. "En definitiva, no espero nada", comenta. El verano pasado, un vecino de Arafo, Arnaldo, contactó con Liberia a través de Facebook. De esa comunicación inicial se pasó a una moción de Izquierda Unida-Por Tenerife, que fue presentada al pleno de Arafo y aprobada por unanimidad el 16 de agosto pasado para declararla hija predilecta. El acto del viernes no era para otorgarle precisamente esa distinción, pero sí para reconocerle su lucha "después de ser privada de su entorno familiar en nuestro municipio. En el mismo evento también se reconoció la labor de otras siete araferas.

Hablar con Liberia es el asombro permanente ante tantos recuerdos de los días y horas previas a que se la llevaran de la isla. El colectivo Sin Identidad, que lucha desde Tenerife por la causa de personas que no conocen a su familia biológica o que fueron dadas en adopción de forma irregular, afirma que el homenaje de Arafo fue un homenaje de la tierra que la vio nacer, a la vez que añade que Liberia no es una sombra, sino una realidad viva a la que, de niña, le fueron arrebatadas sus libertades.

Dicha organización defiende la importancia de no fomentar recuerdos engañosos, sino de fomentar un "mar de recuerdos de verdades".

Arrestos junto a ratas y excrementos animales

Los recuerdos de Liberia en Tenerife, en sus primeros ocho años, están muy presentes en cualquier conversación. Evoca la brutalidad de los arrestos a los que era sometida junto a otras pequeñas en la Casa Cuna. Uno consistía en bajar a una o a varias niñas hasta un sótano oscuro donde se guardaban papas u otros productos y permanecer allí, una en cada esquina, durante horas, a veces hasta que anochecía, oyendo a las ratas sobre los sacos. Otro de los castigos consistía en arrastrarlas hasta los corrales situados en la parte trasera de la Casa Cuna y ponerles excrementos de cabra o de gallina en el esparadrapo con el que les tapaban la boca. Las arcadas eran inevitables. Poco antes de que fuera llevada a Alcoy con sus futuros padres adoptivos, Liberia hizo la primera comunión. Esa misma tarde fue llevada por una monja en una guagua hasta la zona de Arafo donde vivía su madre. Medio siglo después no se le olvida aquella tarde ni el sabor a dulce de leche que se comió con pan. La monja que la trasladó a la localidad valenciana trabajaba entonces en el Hospital Psiquiátrico y fue con Liberia a la calle del Castillo para comprar ropa para su inminente viaje. También fue obligada a aprender su nuevo nombre: "María Nácher Guerola". Pero Liberia era rebelde y nunca olvidó el que le puso su madre, que nunca dejó de ir a verla a la Casa Cuna, en donde la internó porque, tras enviudar, su segundo marido no quería cargas que impidieran a Carmen Hernández trabajar. La salida de Liberia de la Casa Cuna para ir al puerto de Santa Cruz fue "de película": en el maletero de un coche. Cuando subió al barco, Liberia sintió frío y miraba la cruz de los Caídos y las montañas de Anaga con tristeza, "como si nunca más las fuera a volver a ver". En las semanas posteriores, su madre fue varias veces a verla a la Casa Cuna y nunca le dijeron la verdad. Un hermano puso un anuncio en los años 80 en la revista Pronto para localizar a una tal Liberia. Y una amiga peluquera, que conocía la historia, lo vio. El reencuentro con su madre ocurrió en 1986.