Me visitó no hace muchos días mi santacrucero amigo Víctor Sierra, a quien no veía desde nuestros tiempos de estudiantes. Se mostró muy cordial conmigo en todo momento, recordamos muchas cosas de entonces y, como si quisiera poner de manifiesto el gran afecto que me tiene, aprovechó la ocasión para decirme:

Da gusto echarse fuera de Santa Cruz y venir al campo de vez en cuando. Estoy encantado.

Le pregunté a mi apreciado amigo si en sus vueltas por las calles de Garachico, antes de tropezarse conmigo, había visto alguna vaca, alguna cabra, alguna oveja... rumiando por los jardines de la plaza.

- No, ninguna. Pero, ¿por qué me lo preguntas?

- Es que... como has dicho que estás en el campo...

Me recuerda esta leve anécdota otra ocurrida con una hace ya algunos años. (Antes de contar el asunto debo decir que, para mí, la palabra es de género ambiguo. Por eso no digo parienta, aunque la protagonista de mi historia se llama Engracia). Lo cierto es que vino por nuestro domicilio, nos trajo unos dulces muy ricos, se mostró entre cordial y efusiva con nosotros, hasta que lo estropeó todo de un tirón. (Algo así como aquello de "Habló el toro y dijo muuu).

- Me encanta salirme del dichoso Santa Cruz y venir a estos pueblos del interior alguna que otra vez.

Por el respeto que debe uno a los demás, sobre todo si se trata de una mujer, no le pregunté a mi si era sorda. Pero fue la conclusión que obtuve al escuchar sus palabras. Lo digo porque, a escasos treinta metros de nosotros, de donde manteníamos nuestra grata conversación, el mar rugía cuando chocaba con las rocas de la costa. Por lo tanto, no estábamos en el interior.

Quiero dar un sencillo consejo a mis amigos de Santa Cruz, que no son dos ni tres.

-Llámenme mago del Norte, si les place. No me molesta en absoluto porque es verdad que soy un mago del Norte. Pero no me digan que soy del campo ni del interior. Y no quiero que me lo digan, simplemente, porque no es verdad. Vivo al lado del mar y no hay ni gallinas por el entorno. También les aconsejo a los aludidos amigos que, cuando hablen en su Santa Cruz del alma con alguna que otra persona pongan atención y preparen bien el oído. Más de una vez y más de diez tendrán que escuchar eso de cardero y esparda. Además de comel y jugal.

Pasado este doble trago, quiero decirles que me ha llegado un anónimo. Se trata de un anónimo valiente. Valiente como todos los anónimos. Ya saben ustedes que la gente se envalentona cuando no firma al pie de su escrito. Sobre todo si pretende hacer daño a los demás, aunque no lo consiga.

- Se le nota bastante que es usted de extrema derecha. Hubiera podido hacer buena pareja con Blas Piñar. (Esto es parte del escrito recibido sin firma).

Creo que el autor (o autora, que todo podría ser) del anónimo equivocó la redacción. Tenía que haber escrito:

-Se le nota mucho que no es usted de izquierdas. (Parece lo mismo, pero no lo es).

Digo yo que esto se deberá a que recuerdo haber dicho públicamente, en cierta ocasión, que me gustaban más, mucho más los sombreros de doña Carmen Polo que la cabeza desombrerada de La Pasionaria. Pero aquí no hay ofensa para nadie. Es una cuestión de gustos. Los únicos sombreros que no me gustan son los de la reina de Inglaterra, Pero los de doña Carmen Polo eran otra cosa. ¡Daba gusto verlos!