Querido Francisco Suárez y estimado don Francisco Chavanel. Dos puntos. No suelo ocuparme de tonterías, pero este asunto no es baladí. Dejo al señor Chavanel para luego y empiezo por ti, amigo Suárez Álamo. Me acusas en tu periódico, Canarias 7, de haber acompañado a José Rodríguez a la vista oral de la demanda presentada contra él por Paulino Rivero. ¿Es un delito, un desdoro o una inmoralidad asistir a un acto judicial en el que está presente el editor del diario en el que publico un artículo cada 24 horas desde hace nueve años? En cualquier caso, ¿tú qué hacías allí? ¿A quién apoyabas con tu presencia? ¿Al propio Rivero? ¿Desde cuándo el director de un periódico va de tiralevitas, en el supuesto que se trate de eso, del presidente de un Gobierno regional? Ah, qué mala memoria la mía; ahora recuerdo que, según me confesaste, estabas presente para cubrir la vista porque una noticia tan importante no se la podías encargar a nadie. uizá en tu casa no les agrade saber a tus subordinados lo poco que confías en ellos aunque yo, a diferencia de lo que sueles hacer tú, procuro no meterme en fincas ajenas. ¿Tengo que pedirte permiso a partir de ahora no ya para ir a un juzgado, sino a cualquier lugar donde acontezca algo que considere de mi interés? Si es así, te ruego que me lo hagas saber.

Esto para empezar. Para continuar me acusas de ser el autor de los "numerosos exabruptos" que dieron pie a una sentencia condenatoria por la citada demanda. "Salieron de la mente y de la pluma del propio Peytaví", se escribe en tu periódico. Casualmente, o no tan casualmente, la primera pregunta que se le hizo al editor de EL DÍA en esa vista oral -la primera, no la segunda, la quinta o la decimocuarta; la primera- fue si era él el responsable de los editoriales y comentarios de este periódico. Pregunta a la que el señor Rodríguez respondió, como no podía ser de otra forma, que sí; que era él quien dictaba, corregía y supervisaba los editoriales desde la primera a la última línea, punto por punto y coma por coma. Una respuesta que oyó la juez, el fiscal, los abogados de las partes y los numerosos testigos presentes, incluidos tú. Pese a ello, has permitido que en tu periódico, tergiversando por completo la verdad, se me atribuya la autoría de unos textos por los que ya se ha producido una condena; es decir, me inculpas en este asunto por tu cuenta y riesgo. Espero que tengas pruebas más serias que el mencionado testimonio de una juez, un fiscal, una secretaria judicial, dos abogados y los ya citados testigos del público, al margen de la grabación oficial de cuanto se dijo en la citada vista. Espero que tengas esas pruebas, insisto, porque vas a tener que demostrar, como dice tu diario, mi autoría intelectual de lo que se estaba juzgando.

Lo de estómago agradecido de no sé quién, así como las descalificaciones radiofónicas del señor Chavanel, prefiero dejarlas para otro día aunque no por ello me privo de hacerles una pregunta curiosa: ¿a quién les debe el estómago de cada uno de ustedes el que sigan comiendo tres veces al día? ¿Al señor de las subvenciones o a quien le dicta en la habitación de un hospital quién debe ser consejero del Gobierno regional? Lo dicho, Paquito: hasta la vista.

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