Todo era luminoso, los grandes bancos, el Fondo Monetario Internacional, los salones del Parlamento Europeo; en los foros donde se ha debatido el desastre había luz en cualquier recinto por donde circulara el dinero y la especulación. Cuando alguna que otra vez un despistado pasaba por sus alrededores se quedada en parte perplejo ante tanta majestuosidad, encandilado por esa borrachera nauseabunda, donde la abundancia era la reina del mundo, y donde las miserias se habían escapado hacia determinadas regiones de África, América y Asia que, deprimidas, nos miraban con envidia por sentir que muchas de ellas andaban en la penumbra de cavernas medievales.

Cuando pretendían salir de ellas los fastuosos grandes bancos, apretaban aun más los tornillos de su endeudamiento e impedían poder zafarse de lo que debían, porque a pesar de tener riqueza el empobrecimiento cada día era más evidente. Y así se acostumbraron a vivir. Desde la sordidez de una vida ciertamente menesterosa y con la mirada cegada por los haces de luminosidad del gran mundo, de la civilización occidental majestuosa y omnipotente.

Pero se ha ido operando el cambio. Los menesterosos han sabido con tino y paciencia y, sobre todo, con trabajo, destrabarse de los especuladores de turno e irse posesionándose de sus riquezas, e irles rompiendo las tenazas que les tenían aferrados a una pobreza galopante, y hoy ya su mirada alcanza ver mas allá contemplando como aquel emporio de riqueza, el de la majestuosidad, se había empalidecido, seguía la ruta de la ambigüedad y del traspiés, aunque aún conservaba algo de esperanza. Pero ahora, supeditada a los que saquearon sean en parte los salvadores de unas ruinas que han ocasionado por su ceguera, por su ausencia de inteligencia y, sobre todo, por no ser previsores, por no intuir lo que se avecinaba.

Y así nos va, un bamboleo constante donde las opiniones cambian, no existe una línea de situación determinante que indique que hay sabiduría y no rutina descalificante. Los grandes salones se han quedado sin gente, los grandes bancos se han achicado, el FMI cuestionado, y los poderosos alejándose cada vez más de esa luminosidad artificial donde solo quedan unos pocos atrapados en los sótanos de la especulación sórdida que cuando se dirigen hacia afuera y contemplan lo que han ocasionado oyen una voz que desolada, en la ausencia de los magnates solo ya se les ocurre decir en la escapada que, al menos, el ultimo que apague la luz.

No son tiempos de claridad, la oscuridad es rampante y decidida lo que motiva agobio, desmotivación y que la sociedad ande pisándose los pies en un atropello constante, definido, programado y ciertamente aplaudida por los que se entretienen contando fajos de billetes.