La situación económica, política y social de Canarias, una nación sin Estado, no puede ser más grave. Las Islas sufren una crisis sin precedentes con la tasa de paro más alta de todo el Estado español y con la economía más dependiente de todos los países del entorno. Esto es así por el derrumbe del modelo económico colonial aplicado en el Archipiélago desde hace más de 600 años, amplificado por la crisis sistémica del capitalismo, incapaz de solucionar los problemas sociales y de subsistencia. Entendiendo España que Canarias es su finca particular, donde ahora planta cochinilla, luego tomate y, más tarde, plátano, nuestra agricultura nunca se ha desarrollado teniendo en cuenta la riqueza de nuestro suelo de labor y los cultivos más propicios para el mismo. Precisamente por ello, el canario nunca le ha dado el auténtico valor que posee el campo. Es incomprensible que los terrenos más fértiles hayan sido urbanizados y la ganadería sea un sector residual, precisamente en un ecosistema que se envidia fuera de nuestras fronteras.

La peligrosa apuesta política y económica de desarrollar sólo el sector turístico (con la construcción como único altamente beneficiado y ahora en declive) ha tenido unas consecuencias devastadoras para la población de las Islas, expresadas ahora en un paro galopante y difícil de frenar o reconducir; un desempleo juvenil (de menos de 30 años) con escasísima preparación y de difícil reconversión laboral, un problema que o se afronta cuanto antes, o en poco tiempo se hablará de una generación perdida, condenada a la asistencia social de por vida, con lo que supone de exclusión social y gasto público.

Muchos de estos jóvenes parados son aquellos niños que con 16 y 17 años, a comienzos de los 90, saltaban de las escuelas a la obra de turno, ganando más dinero que sus padres, pero con una formación y versatilidad endebles para afrontar los vaivenes que nuestra economía colonial y de monocultivo les tenía preparado. Hablar de los jóvenes de menos de 30 años en Canarias es confirmar que "no es inteligente poner todos los huevos en el mismo caldero". Pero es que, además, ni siquiera el turismo, que alcanzó su techo con 12 millones de visitantes en un año (2011) ha podido absorber -y nos tememos que jamás pueda- la demanda de empleo en la actualidad. Y la pregunta que lógicamente se plantea es, entonces: ¿cuánto ganamos con el turismo los canarios? Ponemos el suelo; sacrificamos las tierras productivas que nos permitirían ser menos dependientes del exterior; olvidamos la ganadería y sus derivados de nuestros ancestros, base principal de su alimentación; permitimos que ante la incomprensible ausencia de un touroperador canario con capacidad para detectar y abrir nuevos mercados más selectos y rentables, sea convertida Canarias en un supermercado de camas turísticas "de ofertón", donde los auténticos dueños del 90% del turismo de las Islas, los touroperadores foráneos, pongan precio a las camas en sus propios alojamientos, donde también vender sus propios productos al amparo del "todo incluido"; con cada vez menos personal, sobre todo de las Islas, y con trabajadores en situación precaria desde el punto de vista laboral (contratos basura). ¿Dónde está, entonces, el negocio?

En Cuba, con poco más de 4 millones de turistas al año, su población nota positivamente el influjo de esa industria, precisamente por la titularidad o tributación de las empresas de las plazas hoteleras de la isla caribeña. En Canarias, ¿cuántas dejan parte de sus beneficios en la tierra de donde los obtienen?

La práctica ausencia de industrias es otro factor que no sólo tiene consecuencias económicas. Todas las sociedades modernas necesitan de empleo cualificado para este sector irrelevante en las Islas. Y eso que podría absorber un buen número de parados de baja cualificación una vez preparados para el mismo: por ejemplo, ensamblaje de productos electrónicos e informáticos en fábricas no contaminantes; manufacturación de textiles; explotaciones de acuicultura en polígonos industriales delimitados en una zona costera que presente el menor impacto sobre medio ambiente y turismo de playa, y empresas transformadoras respetuosas con nuestras singularidades de clima y paisaje, entre otras.

¿Y Europa? ¿Qué ganamos estando en un club de ricos en donde ni todos los países tienen lo mismo, ni la propia moneda vale lo mismo en uno que en otro? El euro, efectivamente, va camino de dejar de ser un patrón de unidad económica. No tiene el mismo valor el euro en los países ricos del norte que en las recortadas economías de los del sur. ¿Vivíamos por encima de nuestras posibilidades? Rotundamente, no. Vivíamos con las posibilidades que nos permitía el sistema, ni más ni menos. Esta crisis tiene nombres y apellidos, por supuesto, pero no hay que buscarlos en la ciudadanía en general, sino en la especulación de los mercados financieros; esos que se invocan tanto y que son, en realidad, los repartidores de la pobreza y los aprovechados guardianes de los recursos de todos.

Por eso hay que aplicar un modo diferente de gestionar lo público. Por eso, desde esta corriente de Coalición Canaria (CC) estamos convencidos de que hay otra manera de gobernar para nuestra gente y, como no puede ser de otra manera, para favorecer la paupérrima situación de más 153.000 familias o unidades económicas en las que no llega ni un euro al mes, sometidos en la única vía de la economía sumergida a unas condiciones laborales similares a la esclavitud. Este es el primer paso de la exclusión social.

Hay que intervenir de manera urgente. Hay que aplicar medidas básicas para evitar esa absoluta dependencia del exterior que tenemos, incluso para alimentarnos, como destinar el suelo público en los diferentes municipios a agricultura y ganadería de subsistencia. Primero, la gente y el hambre.

Hemos perdido muchísimo tiempo, inacción que agudiza ahora las contradicciones de ser mano de obra barata y sólo eso. Al canario más rico sólo le cae un chorrito de la inmensa fortuna que discurre por la tubería que nos sobrevuela. Al más pobre ya hace muchísimo tiempo que no le cae ni gota.

Para ayer era lo que esta tierra le pedía a sus políticos: que fueran la avanzadilla más preparada de nuestra nación para otear el futuro e indicarnos al resto de la población qué nos hacía falta para ser más nosotros, más felices en nuestra tierra, con una educación a la altura de las futuras demandas laborales, y que al menos dispusiéramos de trabajo, comida y casa. Y no parece que fuera mucho.

La independencia no es sólo una cuestión ideológica de los nacionalistas. Ni Canarias, ni ningún pueblo del mundo, puede poner la mesa, traer la comida y quedarse sin comer.

Somos, en definitiva, un pueblo que es una nación sin Estado, que va proa al marisco si los ciudadanos no tomamos las riendas de nuestro futuro y defendemos la soberanía de nuestra tierra.