El candelabro multicolor de ocho brazos me miraba con cara de pulpo ingenuo mientras yo intentaba encontrar un tema sobre el que escribir esa tarde oscura y fría. Quizá aquel cefalópodo inmóvil de abstracto colorido y mirada impresionista estaba insinuando sin palabras que yo les diera vida a sus tentáculos; de alguna manera, me estaba indicando en silencio que encendiera sus velas de una vez por todas. ¿Cómo podía yo negarme a tales pretensiones luminarias y quedarme tan campante? Ni soñarlo; una servidora no podía ser tan cruel e insensible como para no hacerle el gusto al metálico trofeo.

De repente, un movimiento maquinal rompió el hielo del momento con la lumbre de una chispa emocionante y deseada. Acto seguido, un clic de tacto certero desvaneció la luz que reinaba en el techo. No sé explicarles el porqué de mi acción decidida; lo que sí sé es que unos instantes después el raro y decorativo objeto iluminaba el salón con un brillo divino.

Les cuento que el esplendoroso trofeo no estaba solo en tan lumínico e improvisado debut; lo acompañaban en la aventura su destino y una sufrida chimenea con el alma completamente en llamas. Él era el anfitrión de ese día en concreto, de esa fecha sin nombre ni apellido; el monarca absoluto y caprichoso de una velada que acababa de llegar empujada por las horas y minutos contenidas en la esfera de turno.

Me senté a la mesa redonda de cristal heredada del pasado y miré frente a frente a la "inspiración", mientras sacaba algunas frases de mi mente. ¿Qué más podía parir mi creativa idea?, me pregunté a mí misma. Tal vez contarles el relato de que ese día me encontraba completamente arropada, como de costumbre, por mi pequeño jardín botánico casero de agradecidas plantas; o que el persistente murmullo de la lluvia se había convertido poco a poco en un diluvio de nostalgia y sentimiento, sin que ella, por supuesto, lo hubiera pretendido.

Sigilosa y decidida, me instalé al otro lado del tiempo y del otoño. Recorrí con la mirada la pared y me senté a los pies del viejo drago del cuadro; dibujé con el recuerdo unas gaviotas que en libertad volaban, en busca de su sino y regresé sublime, una vez más, de mi viaje preferido.

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