Este artículo sustituye a otro que ya estaba escrito y que he tenido que dejar abandonado a su suerte futura por dos poderosas razones: la primera sirve -creo yo- para disculparme por haber escrito en mi pasado trabajo sabatino la palabra ambiguo en lugar de la voz epiceno. Me está bien empleado por no corregir las cosas a tiempo. Todos los escritores corrigen. Todos menos yo. La otra razón es más poderosa, más necesaria, más oportuna, más razonable, más inexcusable, más inesquivable, (¿existirá esta palabra?), más indispensable, más imprescindible, más precisa, más esencial, más imperiosa... Y es que ocurre, amigos, que, nada más empezar la lectura del prólogo escrito por el catedrático y amigo Humberto Hernández para el Diccionario de Sinónimos y Antónimos que acaba de publicar la Academia Canaria de la Lengua me cuenta el bueno de Humberto que determinados señores, enterados en cuestiones de Lengua y Literatura, se han empeñado en afirmar que la sinonimia no existe. Y yo (¡pobre de mí!, como se dice en los Sanfermines) me imagino inmediatamente la siguiente anécdota:

A una señora empiringotada, elegante y distinguida le presentan un señor que le da la mano, que le dice ¡tanto gusto! y que, al momento, exclama: "Perdone que voy al retrete porque me han entrado unas tremendas ganas de echar una meada". Y yo me pregunto: ¿No es posible decir esto mismo con otras palabras? Pues si es posible, es que existe la sinonimia.

No sé cuántas veces he leído "El nuevo dardo en la palabra". En tal libro emplea su autor, don Fernando Lázaro Carreter, yo no sé cuántas veces su opinión sobre las palabras sinónimas para enriquecer nuestra lengua sin recurrir a idiomas foráneos, extraños, extranjeros, ajenos, lejanos, antiguos...

Me voy con la mente a Venezuela y me encuentro con Simón Bolívar, quien me dice estas palabras: patriota, diplomacia, congreso, que no existían en esta España ni en la anterior. La de Franco, quiero decir. La Academia no las había admitido. Pero está claro que aceptamos las palabras bolivarianas y otras que le son sinónimas.

Cambio para preguntar: ¿es mejor decir amante (italianismo), que amador (españolismo)? Ustedes verán. Ya no se dice obrero. Es palabra ofensiva; se dice trabajador. Los políticos son así de graciosos. Los de un lado y los del otro, no vaya a ser que... Vuelvo un momento al señor Lázaro Carreter para decir que no le gustaba al buen señor la palabra almorzar. (En mi pueblo la empleamos casi siempre). Prefería decir "comida del mediodía". Estoy hablando en serio. Pero no deja de ser un acto de sinonimia. Y nos decía también que la palabra sostén ya se conocía en 1927, dos años antes de nacer yo, pero que la Academia la cambió luego, en 1984, por sujetador. No sé cuál estará mejor empleada. Y las mujeres ya no se hacen la permanente sino un moldeado. Tampoco sé cuál será más eufónico. Pero lo dice don Fernando, toda una eminencia en esto de las letras, aunque se nos haya ido para siempre, y uno se calla.

Quede claro, finalmente, que el DRAE, doña María Moliner y el Panhispánico de Dudas admiten la sinonimia. De don Manuel Seco no puedo decir lo mismo. La ignora. Pero ya se sabe que don Manuel va muchas veces por libre, al margen de sus compañeros de corporación. (Por cierto: ¿es una corporación la Academia o un ente o un cuerpo?)

En fin: que la sinonimia existe. O sea, que mi amigo Oswaldo puede estar tranquilo. Y yo, que no soy nadie, también lo estoy.

De su libro, el tercero, el que aún no he comentado, hablaré en mi próximo artículo. En el supuesto, claro está, de que Dios y el periódico EL DÍA lo crean oportuno. Que nunca se sabe cómo van a ocurrir las cosas.