Punta del Hidalgo destaca desde siempre por sus playas de arena negra y callaos y charcos de aguas cristalinas donde rompe la espuma y aporta al bañista gran pureza.

Esta zona costera es diferente a otras porque en ella se mezcla la tradición de un pueblo que vive de cara al mar y nunca ha sido masificada por el turismo como otras playas, lo que le aporta un mayor atractivo.

Hasta el pescado de Punta del Hidalgo, como señalan los antiguos pescadores, es más sabroso por el alimento que les aportan las rocas, con musgos abundantes y diferentes.

Punta del Hidalgo, según los especialistas, constituye una unidad caracterizada por su tipología de costa baja rocosa con una extensa rasa intermareal que contrasta con el resto del litoral norte de la Isla, eminentemente acantilado. Un episodio volcánico de la serie III, posterior a la formación del Macizo de Anaga, cuyo centro eruptivo se localiza en el cono de Las Rosas, dio origen a esta isla baja con el consiguiente retranqueo del acantilado. Su rasa tiene un interés biológico, a pesar de haber sufrido un sobreesfuerzo continuado sobre los recursos litorales marisqueros y pesqueros.

En la tranquila población de Punta del Hidalgo, tradicional destino vacacional para muchos tinerfeños, es posible combinar una agradable visita a la localidad con un baño en sus piscinas naturales de agua salada tomada del mar, como la de El Arenisco, zona que ha sido reconocida con la concesión de la Bandera Azul. La Punta fue municipio independiente hasta 1850, su temperatura media anual es de 24 grados, y sobresalen lugares como El Roquete, La Hoya o el Roque de los Dos Hermanos que guarda una triste historia de amor.

Los monumentos de Punta del Hidalgo son la manta de Los Sabandeños, la ermita de San Juan, la iglesia de San Mateo, el monumento a Sebastián Ramos y la ermita de la Virgen del Carmen.

El pueblo debe su nombre a que durante la llegada de los conquistadores castellanos esta zona era gobernada por el achimencey Zebenzuy, que fue hijo ilegítimo del gran mencey de Tenerife. Por ello, al repartir la Isla entre sus descendientes, a Zebenzuy le tocó en gracia administrar el menceyato más pequeño y pobre de Tenerife, aunque siempre ha sido tomado como uno de los más importantes y pintorescos.