A mediados de la década de los sesenta, una mujer de más de 30 años confesó a Irene González: "Quiero aprender a leer para leer novelas". Apenas mes y medio después, aún no dominaba del todo la escritura, pero ya conseguía adentrarse en el mundo de "cowboys", tiroteos y cabalgadas en el desierto de las novelas de Marcial Lafuente Estefanía.