Prefiere mantener el anonimato, pero no se quiere callar. Hace un lustro su hija de apenas 14 años sufrió los abusos sexuales del director de la coral Awara de Los Llanos de Aridane, Marcos Francisco Lorenzo Afonso, ahora condenado, pero el tiempo no cierra todas las heridas. No es cierto que lo cure todo. Para una madre hay cicatrices que perduran en el tiempo. Que duran para siempre.

Recuerda con dolor "cómo mi hija me confesó lo que había ocurrido. La madre de la otra menor que sufrió y denunció abusos (Lorenzo Afonso fue condenado por dos delitos) me llamó para decirme que su hija estaba declarando en la Guardia Civil y que había dicho que mi hija también había sufrido abusos del director de la coral. En ese momento, rogaba a Dios con todas mis fuerzas que a mi hija no le hubiera puesto la mano encima. Por favor, no. Entré en su habitación, mi niña estaba estudiando y le pregunté por lo ocurrido. Ella se puso muy nerviosa, al principio me dijo que no, pero se puso las manos en la cara, me miró, se derrumbó y comenzó a llorar. No se me van de la cabeza sus ojos. Me miraba y me decía ¡ay mami, ay mami!, yo no lo podía decir...".

La conversación se entrecorta. Aquella vivencia agrieta el corazón de una madre. De cualquier madre. Llora al recordarlo y la entrevista se hace difícil. La más compleja en 22 años de profesión. No olvida los gestos de su hija, su semblante, la mirada de alguien que no aguanta más. "Si ese momento, si la cara de mi hija, se pudiera juzgar, lo ahorcarían (lo dice llorando de forma desgarradora). Es una impotencia tan grande... Aquellos ojitos no se me podrán olvidar en la vida. Jamás. Es algo que se te queda grabado. Esa noche no paró de llamarla. Por la mañana, igual. Desde las siete de la mañana estuvo el móvil sonando. Piensas que ese hombre de 28 años, el director de una coral, donde tenías a tu niña, abusó de ella y...".

Tras el primer "impacto" en el alma y la pertinente denuncia, llega el día después. Aquel donde tienes que decidir qué hacer con la vida diaria de la menor. Su madre cuenta que "la policía me dijo que mi hija hiciera su vida normal, que no tenía que esconderse por nada ni de nadie, que siguiera acudiendo a clase y a la coral como si nada hubiera pasado, que el delincuente era él y tenía una orden de alejamiento de las niñas. Recuerdo (se para unos instantes para coger aire) que decidimos ir a la Casa de la Cultura, donde era el ensayo (de Awara), pero la presidenta de la coral me dijo que mi hija no podía entrar porque tenía una orden de alejamiento. Le respondí que no se equivocara, que la orden de alejamiento era contra el director, no contra las niñas. Se mantuvo en su postura. Fue una vivencia dura. Inexplicable".

Cinco años después "el dolor es el mismo. Se vive de la misma forma. Vuelves a recordar, a revivir, las humillaciones, cómo todo el mundo, también el ayuntamiento, nos dio la espalda, nos cerraban las puertas, nadie te quería ayudar. A mi hija la acosaron otras niñas de la coral por haber denunciado, la insultaban por la calle. Incluso ha sido insultada pasado el tiempo, cuando ha ido de vacaciones a La Palma". Afortunadamente para las menores, llegó la sentencia. "Estamos satisfechas con que lo condenaran por abusos sexuales, aunque se hace difícil ver lo que les cuesta a las instituciones tomar decisiones. Está acusado de dos delitos de abusos sexuales y sigue dando clases a menores. Hablan de que es funcionario y tiene sus derechos; yo me pregunto dónde están entonces los derechos de las víctimas de sus abusos y de los niños a los que da clase". Eso sí, guarda parte de la historia, que por su protagonista haría temblar al Valle.

La madre de una de las menores que sufrió abusos sexuales por parte del director de la coral Awara y profesor en un colegio de Tazacorte reside en Gran Canaria, pero incluso desde la distancia sigue sin entender el apoyo que el condenado tiene de una parte de la sociedad local: "He llegado a pensar que están abducidos. Me cuesta comprender que con todo lo que ha ocurrido, con las sentencias que existen, lo sigan apoyando, creyendo que las niñas son las malas y justificándolo en todo. Será que como los abusos no se cometieron sobre sus hijos... Esa gente ha llegado a pensar de verdad si sus hijos están ahora protegidos, si podrían existir otros menores en riesgo a cargo de este señor". Reconoce que "yo también era de las personas que pensaban que para mi niña era bueno que estuviera dentro de la coral, protegida y así no estaba en la calle, pero me equivoqué. Y quizás si la otra niña no hubiera hablado, mi hija hubiera callado para siempre, como nos dijeron los psicólogos. Se hubiera guardado dentro todo lo que había vivido. Recuerdo cuando su psicóloga me dijo que si teníamos la posibilidad de llevarme a mi hija de La Palma, que lo hiciera. El acoso que estaba sufriendo era peor que lo que le había sucedido. Ahora, con sentencias de por medio, hay gente que lo sigue apoyando". Pese al dolor que sufre, tiene un espacio para la solidaridad, para la solidaridad con otra madre: "A la única persona que llego a entender es a su madre, que estará sufriendo ahora por su hijo. Sí, la entiendo y me pongo en su lugar".