El artista gomero Luis Alberto Hernández (Hermigua, 1947) no es que haya utilizado la religión como pretexto para pintar en muchas ocasiones, pero en la serie que acaba de realizar, “El sentimiento del origen”, la virgen de Guadalupe se ha convertido en la protagonista central de la colección.
Cualquiera diría que este pintor y escultor está viviendo un verdadero proceso de catarsis en su visión del arte, afirmación que se que se puede corroborar en la exposición que desarrolla, hasta el 8 de noviembre, en la sala de arte de CajaCanarias en San Sebastián de La Gomera. Son cuarenta piezas, entre pinturas y esculturas, algunas de ellas de hace varios años.

"Esta vez me he centrado en pintar algunas vírgenes. Es una referencia clara a lo que es la tradición mariana de La Gomera. Es muy típico hacer ramos para acompañar a la virgen y es increíble la devoción, la cantidad de gente que acompaña a la virgen. Nunca había estado y fui en un velero, había más de cien barcos".

Este artista, afincado en Madrid desde hace muchas décadas, refleja a su modo las sensaciones que le han causado las Fiestas Lustrales de su amada Isla y las ha traducido al lenguaje plástico con su peculiar vocabulario.

"Creo que hay una tradición muy arraigada de gente muy creyente, que incluso viene desde Venezuela. Es algo impresionante. Oír el sonido de las chácaras y el tambor ya es suficiente para que te motive. Todos tenemos un sentimiento religioso, lo podrán tener encauzado hacia la católica, o hacia Buda, pero pienso que todo ser humano tiene una parte mítica y religiosa, espiritual y de trascendencia. Puedes llamarlo como quieras".

Los ramos de frutos y panes, las conchas de lapas, las propias vírgenes-mujeres son los símbolos que presiden las pinturas que presenta Hernández. “He metido conchas en una de las obras, La Cruz de Puntallana, en referencia a la aparición de la virgen de Guadalupe, que es más o menos como la aparición de la de Candelaria. Es un sitio peculiar de la Isla, donde iban los nativos y hacían sus reuniones, donde estaban los concheros, y ahí pusieron a la virgen como en Candelaria”.
Este artista, que se autodefine como caótico y que siempre ha reflejado en su obra la angustia a través de unos seres monstruosos, kafkianos, ha reflejado en esta ocasión su visión “de lo que es el tema religioso, aunque a veces se me ve que no estoy tan seguro de esa fe que todos profesan”.
“He cuidado el color, es más colorista que los anteriores. En vez de pintar negros y monstruos, estoy pintando colores más vivos y alegres. El tema de la iconografía de la virgen es complicado, pero yo he pintado más que una virgen mujeres. Una virgen pelirroja con un niño pelirrojo. Tiene poco que ver con la virgen tradicional. Me he centrado también en trabajar los frutos. Siempre me ha impresionado cómo enganchan la fruta. Estuve haciendo fotografías y hay un arco de tres puertas repleto de panes y frutas y es sagrado. No hay dios que los toque ni se lleve algo”.
Luis Alberto Hernández reconoce que algo se cuece en su nuevo trabajo. “Ahora me voy abriendo al exterior. Mi obra ha sido de personajes si quieres cerrados en un mundo bastante hermético y voy hacia una obra más abierta. En definitiva, estoy perdiendo las orejeras. Lo que hago lo hago porque me da la gana, porque no me estoy planteando ni líneas ni nada. Puedo pintar vírgenes, puedo pintar lo que te de la gana. Antes me sentía mucho más autoencorsetado”
Este consagrado pintor reconoce que antes pintaba gordas porque hubo un momento en el que es lo que le pedían, pero ahora se siente más libre, aunque en cierto modo vuelve un poco a sus inicios en el mundo del arte, cuando expuso a finales de los años sesenta y principios de los setenta.
“Es una pena que una de las obras, Luna de Marrakesh, no haya salido en el catálogo. Es una ciudad caótica, como yo. Entrar en esa medina, con esos colores terrosos, rosáceos... Empaparte de eso te va dando una serie de ideas para combinar con lo que hice hace cuarenta años”, confiesa.
Él recuerda cómo en los años 70 “empecé con obras muy figurativas. Mis maestros eran Millares, Tápies.., toda la gente de ElPaso. Cosía arpilleras siguiendo la idea de romper el espacio exterior de la obra de forma matérica. Esta serie que estoy empezando ahora vuelve a retomar colores más claros, blancos, rosáceos y un poco salir a la calle. Esas arpilleras están cosidas, pero a su vez quieren ser parte del paisaje de Marruecos, con pocos personajes, más materia”, y añade que “estoy haciendo arpilleras y metiendo materia, perdiendo el miedo en definitiva. Creo que es mejor que lo que he hecho. Con respecto al color, son más luminosos, más alegres, aunque siguen siendo personajes inquietantes”.
Con respecto a las esculturas, cinco de las cuales, realizadas en hierro y madera, alguna de ellas policromadas, se exhiben en la sala de CajaCanarias en la capital gomera, también se siente más liberado y realizado, además de con ilusión de que algún día puedan ocupar un lugar público.
“Aunque hago poca, estoy más liberado. Quiero retomarlo otra vez. Las Flores de Malpaís me sirven para jugar en el espacio. A ver si llega a salir, pero algunas de ellas podrían ir en rotondas. Una pieza de siete u ocho metros de alto. En definitiva son bocetos de esculturas grandes. A ver si se puede hacer, porque hay una parte del uno por ciento cultural que no se utiliza para nada. Creo que todas las rotondas deberían tener una escultura”, deseó.