No hace falta decir que estamos en crisis. Todos ya estamos cansados de saber, y de sentir en nuestro día a día, los efectos devastadores de una crisis económica que ha vaciado nuestros bolsillos y relegado a segundo o tercer plano muchos sueños y proyectos.

Pero la crisis que más me preocupa no es la financiera. Es la moral.

Cuando todo está tan complicado que todo parece ser válido, empezamos a vivir un momento muy delicado. Hablo de todos las aspectos de nuestra sociedad pero, como aquí me toca hablar de moda, vamos a ello.

Con la crisis instalada en nuestro país, nuestro comportamiento como consumidores ha cambiado. Ya no compramos con tanta facilidad como antes. Nos cuesta más decidirnos a sacar los billetes o la tarjeta y cambiar nuestros escasos euros por un zapato, un bolso o una prenda.

Algunos han cogido esta dificultad y la han aprovechado para cambiar su comportamiento, trasformándose en mejores consumidores. ¿Cómo? Pues consumiendo menos productos, buscando mejor relación calidad-precio y pensando, lo que no es poco decir. Como tienen que consumir menos, cuando lo hacen, procuran que el producto sea de buena calidad y hasta se preocupan con su procedencia. Sería maravilloso si de esta crisis pudiéramos salir mejores como consumidores y, de alguna forma, mejores como personas.

Pero la vida difícil también ha traído la moda fácil. Productos de baja calidad y precios irrisorios también han atraído a los consumidores menos preocupados. No menos preocupados por su dinero, pero sí menos preocupados con su entorno y con su futuro. Y, sin duda, muy poco preocupados en poner a funcionar su capacidad de raciocinio. Si no, ¿cómo explicamos que a alguien le pueda parecer normal que una camiseta pueda costar 3 euros? Entre la materia prima (el tejido y el hilo), la mano de obra (cortar, coser, planchar, empaquetar y enviar) y el transporte (de la materia prima y del producto acabado) que, casi siempre, viene de muy lejos, cómo puede una camiseta llegar costar esa cantidad?

Si nos paramos para pensar un poquito, todos sabemos la respuesta: Explotando sin control recursos naturales en países pobres, utilizando mano de obra infantil o semiesclava y, por si fuera poco, ensuciando el planeta trayendo esa producción desde esos países distantes. Y cuanto más distantes mejor, porque no queremos ver el estrago que hacemos en ellos.

Así que, no nos engañemos. Cuando compramos esos productos, tenemos que tener muy claro que lo que estamos haciendo es vender nuestro futuro. Porque ya veremos qué haremos cuando se agoten los recursos naturales o los países pobres ya no quieran ser expoliados y explotados por los países ricos.

Los jóvenes son el consumidor perfecto para ese tipo de productos. Tienen casi siempre poco dinero y quieren siempre tener algo nuevo e ir a la última moda. Somos nosotros, los que tenemos más edad y también más conocimiento y experiencia, los responsables en informar y cambiar eso.

Me parece increíble que la gente se alegre cuando una gran cadena de ropa barata, y de mala calidad, se viene a instalar en nuestra isla mientras tantos diseñadores y artesanos locales tienen sus trabajos totalmente ignorados.

Ya es hora de cambiar. Dejemos de lado lo que hacemos "porque sí" y empecemos a pensar. Consumir con responsabilidad es consumir localmente. Valorar lo que se hace en tu entorno es subir la autoestima de tus vecinos y productores locales y, por lo tanto, de la sociedad en que vives, generando trabajo y bienestar general a tu alrededor.

Y si no te gusta lo que ves cuando miras a tu alrededor, encuentra más gente que piense como tú y empieza a cambiar tu entorno.

Si me estás leyendo, significa que yo estoy poniendo mi grano de arena para el cambio ahora mismo. ¿Y tú?