"Sorolla es mágico, un creador que no debe ser estudiado para entender su pintura", asegura Consuelo Luca de Tena, directora del Museo Sorolla de Madrid, en referencia al pintor que volcó su creatividad en los cuadros que se pueden ver hasta el próximo 1 de febrero de 2014 en el Espacio CajaCanarias de la capital tinerfeña (plaza del Patriotismo, nº 1.). Sesenta obras del artista valenciano conforman la exposición "Sorolla. El color del mar", una propuesta pictórica que conecta al genio de Cercedilla con su Mediterráneo natal.

¿Ha recibido muchas felicitaciones por traer a un artista de esta dimensión a Tenerife?

Da gusto llevar a Sorolla porque es un pintor que es bien recibido en todas partes. Yo ignoraba que su obra no hubiera sido expuesta antes en Tenerife, pero siempre es una alegría poder ver sus cuadros.

¿Qué tiene de mágico su obra para ser tan bien recibida?

Sorolla llega a todos los públicos; es un pintor que no requiere de unos conocimientos previos porque es una realidad tan inmediata que se impone a cualquier otra consideración. Él era un enamorado de la vida y de la naturaleza; un ser familiar, optimista, que tenía muchísima fe en un país que estaba sufriendo una gran depresión... Su idea era salir de casa a pintar lo que veía bajo la luz y eso le hacía feliz. Sorolla no concebía otra cosa en su vida que no fuera pintar porque entendía que no existía una profesión mejor que la que él ejercía.

¿Cree que él hubiera sido igual de optimista con este panorama?

Yo creo que sí, porque, a pesar de lo mal que estamos ahora y las quejas que resuenan cada día por todo el país, el patio entonces estaba bastante peor. Los que tenemos algunos añitos hemos visto otra España que no tiene nada que ver con la realidad actual. Es cierto que hemos estado algo mejor, pero no vale la pena quejarse porque igual esos años de esplendor han sido ficticios y casi no nos podíamos creer que las cosas fueran tan bien. Este nunca ha sido un país muy rico, pero la sensación que existía es que a todos nos había tocado un décimo de Lotería. El gran problema de esta crisis es que los que lo están pasando mal están muy mal... En cualquier caso, no podemos compararnos con los años de aislamiento y de señoras vestidas de negro transitando por las calles que conoció Sorolla.

¿Hasta qué punto está condicionando la crisis el día a día del Museo Sorolla?

El Museo Sorolla no ha experimentado ningún paso atrás asociado con el ciclo económico que estamos viviendo en estos momentos, pero hemos tenido que llevar a cabo unos reajustes que están vinculados con la racionalización de las obras expuestas y unas políticas de ahorro que no han repercutido en un empeoramiento de la calidad y el servicio que ofrece el museo. Hay una cosa que sí que es cierta y que está conectada con la idea de que cuando se tiene un dinero de más se gasta con mucha más facilidad o con descuido... La Fundación Sorolla no tiene dinero, pero gestiona y organiza el día a día con actividades que generan unos ingresos económicos y con las donaciones. Eso nos da un ligero margen de maniobra. Todo lo que la Fundación recauda se destina al cien por cien al museo.

A pesar de que han pasado 90 años desde que murió, ¿quedan muchos aspectos asociados con Sorolla aún por descubrir?

Parece mentira, pero sí que quedan cosas por saber. De Sorolla se ha escrito mucho y a medida que pasa el tiempo, y cambian nuestras perspectivas, se le vincula con otras cosas. Su obra no es conocida al cien por cien porque hay piezas que forman parte de colecciones privadas que no se han mostrado en lugares públicos. En el museo, incluso, todavía nos podemos permitir el lujo de decir que hay algún cuadro que no se ha enseñado jamás. No son sus composiciones más famosas, pero sí que las tenemos como pequeños tesoros (ríe)... Casi la mitad de la exposición que se puede ver en CajaCanarias está compuesta por cuadros que normalmente no están en las salas que se pueden visitar.

Los pintores son el resultado de la acumulación de muchas fases creativas. ¿Partiendo de la idea de que la marca es irrefutable y, por supuesto, de las dimensiones de las obras, hay dos visiones entre lo que se plasma en "Sorolla. El color del mar" y lo que hizo en la Hispanic Society of America?

El trazo de Sorolla es fácil de identificar y ahí se aprecian dos tiempos distintos. Su técnica evolucionó hacia una mayor facilidad y rapidez. Probablemente, un Sorolla más joven no hubiera podido acometer su gran obra neoyorquina. Él comenzó haciendo unos bocetos a tamaño natural, que son los que tenemos en el Museo Sorolla de Madrid, para luego componer el gran mural. Eso fue lo que hizo con la primera región que pintó, que fue Castilla... Pero una vez tuvo los dibujos se dio cuenta de que eso no le agradaba; que no le gustaba copiarse a sí mismo y cambió el procedimiento para pintar al natural sin transponer esos estudios previos. Eso solamente puede estar en la cabeza de un genio.

¿El hecho de ser un creador que triunfó en vida ha ayudado a difundir mejor su pintura?

Los salones de París eran la piedra de toque, es decir, el que triunfaba allí era conocido en todo el mundo. Y Sorolla triunfó en París. Él nunca tuvo pretensiones revolucionarias ni manifestó esa sensación de ruptura que sí experimentaron los impresionistas. Sorolla pintaba lo que le apetecía porque su conciencia le decía que lo académico no era de verdad.

Su verdad era más terrenal, ¿no?

Su gran pasión era observar la naturaleza y trasladar esa realidad al lienzo. El decía que lo natural era hermoso y siempre se empeñó en convertirlo en pintura hasta llegar a llanto. Sorolla narra unos temblores, de los que tardó en recuperarse, que le sorprendieron en un ciclo de madurez y que estuvieron originados por la intensidad que le imprimía a los trazos con los que quería capturar esa realidad. Él no deseaba romper con nada ni con nadie, simplemente, buscó su propio camino.

A pesar de los tímidos intentos de su tío para que aprendiera a trabajar los metales, ¿esas manos no estaban hechas para un cerrajero?

No lo estaban (ríe)... Sorolla no se hizo el mártir jamás y aceptó los dramas familiares -con menos de dos años ya había perdido a sus padres- que le fueron llegando. Tuvo motivos para convertirse en un ser atormentado y prefirió el optimismo: ser un vitalista.