De las definiciones que tiene la palabra maratón me quedo con la que aparece en el diccionario de la lengua del reino. Para de lo que escribo hoy, me quedo con la acepción tercera, que dice así: "Actividad larga e intensa que se desarrolla en una sesión o con un ritmo muy rápido". A esa palabra le añado otra: solidario. Y ya tengo nombre y apellido. Maratón solidario. El título para un jaleo, tenderete, tumulto... así lo organizo en Navidad y a remover conciencias. Hacer ver que somos más buenos y mejores. Y yo, que no me gustan las flores de un día, coincido con Cáritas. Porque no me gusta el caminar de la perrita.

Para algunos surge en estas fechas esa necesidad. Efímera y algo falsa. La de dar y ofrecer puntualmente. Que no es lo mismo que ayudar, colaborar y arrimar el codo. Ayudar ahora que hay árboles de Navidad, belenes y luces en las calles...hummm.

Más bien soy de los que piensa más en el valor de una pequeño paseíto cada día. Los 365 días del año. Y creo menos en un maratón, que solo dura un día.

No sé el motivo, pero siempre he huido de los que se hacen buenos en un abrir y cerrar de ojos. Y lo acompañan de una foto o un vídeo. Un retrato que se coloca en fastuosas revistas y al lado de un anuncio de perfume. Muchos retratos que juntos forman un reportaje gráfico de una zona de África, India o algo parecido. O aquellos que aparecen en programas de televisión recorriendo países ayudando con donativos de su oenegé o fundación. Por pensar, pienso en esos deportistas, actores o cantantes que presiden fundaciones. Que se nos ofrecen campañas de concienciación humanitaria. Que aparecen en esas fotos con pibitos muy desfavorecidos y desnutridos. Ellos o ellas; hemos asumido que forman el club del olimpo. Y aprovechan esas viajes humanitarios para lucir vestuario y promoción de lo que sea.

Y encima pretenden que yo me lo crea. Lo mismo me pasa con esas oenegés que hace buenos a gente que jamás ha colaborado en un acto social o, digamos, acto solidario en su barrio. Pero que se hacen 6.000 kilómetros con la indumentaria de exploradores y vestidos de coronel Tapioca, para al final entregar dos litros de leche a los que ellos deciden. Ojito las perras que cuestan los viajes, alojamientos, e infraestructura.

Así que... yo entiendo la solidaridad de otra forma. Que en modo alguno se llama oenegé, ni maratones, ni viajes al quinto pino, para hacer lo que puedo hacer todos los días con la gente que tengo justo al bajar a la calle. Eso para mí se llama Cáritas. Y es tangible. Sé lo que hacen, quién y cómo. Es posible que no puedan correr un maratón pero caminan todos los días.

Y con todo esto de la solidaridad y el noble corazón que entra en los pechos por el mes de diciembre el Cabildo chicharrero aprovechó para poner en marcha una de las campañas que han removido conciencias hasta puntos insospechados. Creo que nunca he felicitado a un administrador de lo público. A un político. Hoy tampoco lo haré. Pero por poco. Pues la campaña de concienciación, alerta del maltrato psicológico que sufren los mayores –abuelos– en sus hogares. Y se pretende abrir una reflexión en la sociedad para que disfruten de una vida "digna y completa". Pero ¿cómo? ¿Es que después de toda la vida que les ha tocado vivir no disfrutan de esa vida digna?

El título, "Nuestros mayores, un compromiso de todos". Pero ¿dónde nos hemos perdido? Para recordarnos de donde venimos, la consejera me ha puesto en alerta. Nuestros mayores –yo dentro de poco– sufren maltrato psicológico porque los mayores "no se quejan", e incluso, "no se dan cuenta de que reciben gritos y vejaciones" en su entorno doméstico, "con una sensación de humillación permanente". Con esta sensación me quedo yo, pensando lo que me cuenta la consejera.

Abogado director Bufete Inurria

@inurriaabogado