Hermosas tus orillas, refugio de aguas bravas. Suspiros de alisios peinan la tierra que te dio la vida. Soplo de aire fresco; brisas de mañana y de esperanza recorren tu piel de punta a punta para dar vida a tu historia, para sembrar con amaneceres milenarios el alma marinera que te habita. Rincones de paz, belleza intacta. Melodioso silencio en medio de la nada navegando la mar donde nacieras. Rumbo al destino, tus velas blancas y esbeltas atraviesan el viento cual gaviota viajera con sus alas abiertas en busca de su sino. ero, eterno y marinero. Cumbres bimbaches isleñas coronadas por la bendita bruma que dio de beber a un pueblo; caminos de ilusión y de volcán entre la pétrea lava, donde nació la flor del corazón herreño. Acantilado azul cierto y tranquilo inspirador de sueños y realidades, te acompaña la brisa en su pasear, la sabina te canta desde el altar donde la mece el viento, entre cielo y océano. ero, eterno y marinero. Valles de luz y folías bajo un cielo infinito que besa tus montañas. Latir de chácaras, tambor y timple; auroras que despiertan conciencias aún dormidas al romper de las olas que acarician la proa que te guía. Riscos del alma; aromas de pinar que surcan las laderas del velero que amas. Tú, pueblo de atlántico y nobleza.

Recorrer nuestras islas, cuando se puede, es algo que me propuse desde hace tiempo. Aún guardo el recuerdo de aquella estancia veraniega en la entrañable isla de El ierro. Mientras visitaba sin prisas su volcánica geografía, quedé prendada de ella. Aprendí a querer y valorar sus paisajes como lo he hecho con los respectivos lugares maravillosos y emblemáticos de cada una de las islas del país canario. Rincones llenos de tipismo y belleza inspiraban los sentidos e invitaban a crear, llenando el alma de emociones diversas. Caminé por sus cumbres, acaricié su arena, me sumergí en sus aguas; prometí volver a verla.

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