Carlos Marquerie apura un té antes de agarrar un chaquetón negro y ponerse un sombrero que le concede la apariencia de un personaje de novela de misterio. Luego, recorre con parsimonia la distancia que separa las aceras que le sitúan delante de una de las puertas del teatro Leal de la Laguna, un espacio en el que al mediodía de ayer habló de la composición dramatúrgica en un acto diseñado por el Laboratorio de Artes en Vivo (Leal.LAV) en colaboración con la Escuela Canaria de Creación Literaria.

"Mi manera de escribir es algo particular; no es nada narrativa y tampoco demasiado visual", adelanta el dramaturgo, director de escena, pintor, escenógrafo e iluminador madrileño. "Quizás esté algo próximo a la creación poética, pero la poesía tiene una línea bien delimitada antes y después de lo ocurrido en Auschwitz. En este sentido, la dramaturgia también tuvo que modificar sus formas para ser contadas", puntualiza.

Compañero sentimental de la bailarina y coreógrafa Elena Córdoba, Marquerie no critica por criticar. No es uno de esos creadores que apelan a la táctica avestruz para defender la cultura por encima de todas las cosas... "La cultura no tiene motivos de queja; ¿que nos pueden dar cuando ahí fuera hay lugares con un 40% largo en los que los niños tienen problemas alimenticios para afrontar una jornada escolar" revela, no sin dejar claro que "el valor cultural de un país es una cuestión crucial, pero es que ahora mismo hay sectores más prioritarios, como pueden ser la educación y la sanidad, que están hundidos", compara.

Carlos Marquerie, ganador entre otros galardones del Premio Ícaro de Teatro, confiesa estar abordando en la actualidad la empresa "más política" de todas las desarrolladas desde que apareció en la escena artística nacional en el año 1977. "Uno escribe y afronta un proyecto desde el lugar en el que está; no desde donde viene o el sitio al que le gustaría llegar en el futuro", dice un artista camaleónico. "Convocar a los miembros de una sociedad en un lugar público en el que hay algo que revelar es un acto político. En este sentido, el teatro en sí que es un acto político", matiza en el instante en el que abre una vía que conecta la dictadura con el proceso democrático en España. "La democracia no es un regalo, es un proceso y un trabajo en el que siempre he creído... Uno no puede borrar el pasado de un plumazo y lavarse las manos para convertirse en un demócrata", antes de aportar una nueva reflexión. "Todas las carencias democráticas se convierten en una evidencia cuando falla la economía".

El dramaturgo mide sus palabras con una exquisita precisión cartesiana. "Las formas no han cambiado demasiado en relación a la dramaturgia que se hacía en el XIX o en los primeros años del XX. Sí se han modificado las maneras de contar una historia, pero las preocupaciones humanas continúan siendo las mismas, es decir, lo que interesa saber es dónde estamos y cómo termina todo esto", admite en una secuencia de la conversación en el que desvela el autor que está leyendo en la actualidad. "Estoy entusiasmado con Pasolini porque en su obra realiza una narración de la vida desde sitios muy fragmentados", elogia en relación al poeta y director de cine de origen boloñés.

Utilizando como punto de partida el magnetismo temporal que Carlos Marquerie ha encontrado en Pasolini, no cree que exista una etapa más propicia que otra para contar una historia. "Lo importante es saber encontrar ese punto de inflexión que permite transitar entre la realidad y lo que espera qué pase la sociedad", argumenta en una respuesta que une con otro pensamiento de máxima actualidad. "La verdad de hoy en día no es una losa única, es una realidad que está muy fragmentada", incide en un tramo de la entrevista en la que hay un espacio reservado al protagonismo de la dramaturgia en la creación literaria más comercial. "El éxito de un producto en la cultura del entretenimiento es muy complicado de lograr porque hoy en día todo se hace con la intención de pasar el rato... Eso es así de duro y jodido, pero no queda más remedio que aceptarlo", precisa en una última intervención. "El arte lo han acabado por transformar en un artículo de consumo endulzado que ayuda a olvidar los problemas", declara abiertamente Carlos Marquerie mientras saborea el último trago de té. "La vida no es ni un infierno ni un paraíso; a veces hay que profundizar en el drama para descubrir la felicidad", concluye.