El investigador tinerfeño Joaquín Carreras Navarro ha publicado la obra "Vida cotidiana en Tegueste a través de sus gentes durante la segunda mitad del siglo XX. Una aproximación etnográfica", un estudio basado en los testimonios orales de sesenta y nueve vecinos con los que ha hablado de aquella época.

Este investigador, licenciado en Historia, fue el ganador del III Premio de Investigación Histórica Prebendado Pacheco, motivo por el que abordó este trabajo en el que "he pretendido retratar la vida cotidiana en Tegueste desde 1950 hasta 1980, pero con el matiz de que no trato sólo la realidad física, sino de aspectos de la vida cotidiana desde el punto de vista de la gente, desde la fuente oral".

Carreras Navarro ha conseguido desentrañar aspectos inéditos de la historia de la villa que permanecían olvidados en las mentes de los que vivieron aquel periodo. "Muchas veces, el franquismo lo vemos todavía distante, muy implicado con el tema de la política y, a lo mejor, hay que tocarlo desde la vida cotidiana, cómo vivía la gente en ese momento, en vez de desde otros puntos de vista. Es una historia viva y muy subjetiva. A la gente en los 50 no le interesaba la política. Estaba más pendiente de sobrevivir, de coger el chorro para lavar o conseguir un trabajo en la zafra, que de si el gobernador era bueno o malo. La gente vivía a su aire", matizó.

Toda la familia política del autor de este trabajo es natural de Tegueste, motivo por el que ha tenido acceso a algunas informaciones de primera mano que ha corroborado y ampliado con los testimonios de sesenta y nueve vecinos de la localidad que le han contado sus recuerdos y anécdotas de aquel periodo no tan lejana.

Tras seleccionar a un grupo de personas por su perfil, este estudioso comenzó sus investigaciones indagando en las antiguas creencias del agro local, "que van más allá del ámbito católico ortodoxo. Esa percepción se adentra en la concepción de la Luna, de Venus, de las estrellas, de las plantas, de los animales, del espacio y del tiempo. De esta manera muestra un animismo que parece atemporal en la percepción local, pero que hoy en día está prácticamente desaparecido", explicó este historiador que ha estructurado su libro en cuatro grandes apartados.

El segundo capítulo se centra en las actividades que se desarrollaban en los barrancos y que ya no se realizan, como el uso de los charcos para lavar, abrevar el ganado, aprovisionarse, asearse o bañarse. Curiosamente, según Carreras, que habló con una serie de mujeres sobre este tema, "no estaba bien visto que los hombres fueran al barranco. En aquella época el barranco era un espacio femenino bastante importante".

Otro apartado del libro se refiere a la infancia y la adolescencia en aquellos tiempos, no muy fáciles debido al contexto en el que desarrollaban su existencia. "Los niños eran hombres pequeñitos. Hacían muchos trabajos que hoy en día no estarían bien vistos, pero en aquella época era normal ayudar a la familia".

El estudio termina con una sección dedicada a los principales cambios socioeconómicos que se dan durante los treinta años analizados de la vida de Tegueste. "Los 50 fueron bastante duros, una vida muy monótona y aburrida. No había mucha fiesta. A partir de los 60, con la llegada de la luz eléctrica, el agua corriente, el butano y los medios de transporte, las cosas cambian lentamente. En los 70, sigue cambiando la realidad. No es muy activo a nivel de ocio. La gente se iba a Tejina, que era el referente de la comarca a nivel de ocio. En Tegueste había un cine, pero no era tan nombrado. La obra intenta reflejar el tremendo cambio que se da en el día a día".

La gente de Tegueste siempre ha estado muy relacionada con el campo. "Como en toda la Isla, cada uno era de su valle. Estaba bastante condicionado por el ámbito geográfico que va desde Las Canteras hasta Bajamar. Se dedicaban a la agricultura y a la ganadería, siempre ha sido una zona muy agrícola".

Son muchas las anécdotas que le han contado al autor de este trabajo las fuentes orales que ha consultado. "En este libro quería superar que se convirtiera en un conjunto de anécdotas. Cuando llegó la televisión no era privada sino pública. Fue un acontecimiento, igual que el cine. Todo el mundo iba a ver la tele a aquella casa, les gustaban mucho las corridas de toros, y a los niños los dibujos animados. Y cuando llegó la luz, no controlaban mucho los mecanismos y les parecía un milagro. Decían que pellizcaban la pared y se encendía la luz, o que cuando se fundía la bombilla, metían los dedos como si fuera una tubería, con el consiguiente calambrazo".