Más o menos a la misma hora en que Paulino Rivero pronunciaba su enésimo discurso anti petrolero esta vez en la feria de turismo de Berlín -los brazos abiertos con su inconfundible pose de mesías vernáculo, el gesto crispado y un tanto retorcido de sus labios reivindicativos y tras él, con más aspecto de guardaespaldas cabreado que de viceconsejero de Turismo, el ineficaz Fernández de la Puente; esa era la foto-, estaba quien esto escribe en una parada de guaguas cercana al Puerto de la Cruz; una marquesina destartalada pues el banco estaba medio roto, a un lado había un montón de pinocha, al otro latas de refrescos junto con basura variada y los cristales estaban rayados además de pintarrajeados por los inevitables grafiteros. En tres palabras, una auténtica asquerosidad indigna de dos parejas de turistas alemanes que esperaban, ataviados para el senderismo, el paso del autobús que los llevaría a Aguamansa o por ahí. Indigno entorno, me apresto a precisarlo, no sólo para aquellos cuatro centroeuropeos sino para cualquier persona, sea nativa o foránea.

En aquel momento me pregunté -todavía no había visto la foto de Rivero y los demás en la ITB berlinesa- cómo es posible que entre los cientos de miles de parados que hay en Canarias, muchos en Tenerife, no hubiese media docena -o docena y media- de ellos a los que puedan contratar los ayuntamientos, el Cabildo, el propio Gobierno autónomo para adecentar los lugares por los que transitan esos cinco millones y medio de visitantes que siguen llegando a esta isla cada año; la única actividad económica que nos libra del siniestro total.

Lejísimo en el tiempo está la idea de que la mejor promoción de un destino turístico es la que hacen quienes lo han visitado una vez que retornan a sus países de origen. No sé -prefiero no saberlo- cuánto ha costado el expositor de Canarias en la ITB de Berlín, viaje y discurso de Rivero al margen. Lo que sí sé -lo puede saber cualquiera- es que ese dinero destinado a las imprescindibles tareas de adecentamiento de las zonas frecuentadas por los visitantes produciría muchísimos más beneficios. Para empezar, una acción política de tal naturaleza permitiría contratar a muchos parados deseosos de trabajar en lo que sea. Sin embargo, invirtiendo aquí en lo que hace falta y limitando nuestra presencia en las ferias de Berlín, Londres y hasta adrid a un sencillo mostrador con un par de azafatas y un azafato igual de agraciado -este Archipiélago es suficientemente conocido por aquellos a los que nos interesa que nos conozcan- no disfrutarían los políticos, los vividores a cuenta del erario que rodean a Rivero, de alojamientos en buenos hoteles -los hoteles de Berlín, junto con los de Londres, son los más caros de Europa-, de copiosos ágapes en buenos restaurantes también pagados por todos nosotros y otros lujos no asiáticos pero sí teutónicos, en este caso, porque, a fin de cuentas, no hay mayor placer que viajar cuando la excursión la costean otros.

rpeyt@yahoo.es