Ha dicho Rubalcaba en uno de sus apocalípticos mítines de fin de semana que lo peor está por llegar. Se olvidó de añadir que ese negro futuro empieza por lo que le aguarda a él mismo dentro de su partido y continúa por lo que le espera a su propia formación política. La gente está cansada. Más que cansada, está harta. Pero ese hastío generalizado no conseguirá un trasvase de votos del PP al PSOE. Esencialmente porque la ciudadanía ya no cree en los políticos de la misma forma que Moscú -por reconducir el título de una conocida película- nunca ha creído en las lágrimas. Al español medio -aunque habría que empezar por definir lo que se entiende en estos momentos por español medio- ya todo o casi todo le da igual. Le da igual Juana que la hermana, o el hermano, porque sabe que ni los unos ni los otros les van a resolver sus problemas.

¿Agitación en las calles? Desde luego que sí; toda la que se quiera. Medio centenar de alborotadores son suficientes para poner patas arriba a una ciudad de cuatro millones de habitantes. Un individuo vociferando en plena calle se hace notar más que una multitud de transeúntes sosegados. No son tantos los que protestan, pero hacen mucho ruido. Batahola amplificada luego hasta el cansancio por tertulias radiofónicas o televisadas; lo mismo da. Lo esencial es que los contertulios sean afines a la izquierda. También invitan a alguno de derechas para dar una apariencia de falsa pluralidad. La pluralidad liga una barbaridad en un país cada vez más extremista.

La gente considera que la corrupción es uno de los principales problemas de España, junto con el desempleo y esas cosas. No es verdad. Le peor no es que abunden los políticos corruptos, junto con otros muchos que no lo son; la verdad, ante todo. Lo peor es la cobardía de los políticos. Empezando por los que militan en el PP; un partido acomplejado porque gente como Rubalcaba y demás acólitos se empeñan en relacionarlo con el franquismo. Muchísimos de los que hoy están en ese partido, incluso de los que ostentan un cargo público, no habían nacido cuando murió franco. Pero son franquistas porque así lo sentencia la progresía desde sus cómodos chalés. O chaleses, como decía un mago de estos alrededores. A lo menos que se rebaja un progre que se precie es a vivir en un adosado. La solidaridad, la lucha contra la pobreza ha de empezar por uno mismo.

Una cobardía apabullante la que atenaza al PP cada vez que debe, simplemente, aplicar la ley. Aunque según y cómo, y a quién. Desobedezca usted una simple indicación de tráfico no ya de un agente del Benemérito Instituto sino de un simple guindilla municipal y verá lo que le pasa. Saltarle cinco muelas a un policía de una pedrada parece que es menos perseguible, al menos si media una manifestación por la dignidad. Una dignidad que empieza por limosnear menos y trabajar más, pero ese es otro asunto.

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