Dejada atrás la eclosión de hipocresía, enraizada en buena parte de la casta política, con motivo del fallecimiento del Excmo. Sr. don Adolfo Suárez, me apresto al deber de rendirle mi modesto homenaje. Lo hago pidiéndole perdón allá donde su alma radique, que supongo y deseo será cerca de Dios.

Le pido perdón por las diatribas con que le obsequié en algunos de mis escritos de entonces. A la sazón era yo un socialista ilusionado en el acontecer del PSOE. Idealista e ilusionado con el gracejo de nuestro secretario general, Felipe González, y con el de su alter ego, Alfonso Guerra. Eran tiempos de ilusión democrática. Estábamos surfeando la ola PSOE, que al menos yo creía perfecta, y que, impulsada por los nuevos vientos y la energía cinética que la elevaba, nos llevaría a la playa del poder.

Alcanzamos la playa del poder en aquel recordado octubre de 1982. Habíamos sido inmisericordes con un hombre honrado, con un político honrado. Honradez la suya que hoy se agiganta viendo lo que ha deparado la casta política que nos ha venido gobernando: corrupción, despilfarro, desafección de la ciudadanía a la política por causa de los políticos... Se ha producido la decadencia de aquella ilusión democrática (votar cada equis tiempo no es el alma de la democracia, la democracia es mucho más). Con la llegada al poder se produjo el aburguesamiento de muchos de aquellos que se pretendían de izquierda. Decía Felipe González por aquel entonces: cuando deje el Gobierno volveré al despacho laboralista; volveré a vivir en el piso que lo he hecho hasta ahora... Dejado el Gobierno, ni despacho laboralista, ni piso, ni mujer. Todo saltó hacia lejanos horizontes preñados del vellocino.

Las imágenes del personal político e institucional que asistía a la capilla ardiente en el Congreso, que pudimos ver en TVE, mostraba buena parte de la hipocresía que, al parecer, nos es consustancial. Allí estaban sus asesinos políticos. Quienes le habían cosido a puñaladas estaban allí con semblantes compungidos. Y alguno saltando del semblante serio a la sonrisa netol.

Excmo. Sr. don Adolfo Suárez, tu arrojo para propiciar la democracia que pretendíamos, tu audacia y valentía para desmontar el régimen del que provenías, tus agallas para convivir en el espacio que te minaban propios y adversarios son actitudes, todas ellas, que te han hecho acreedor a un puesto relevante en la Historia. Hace tiempo comprendí cuánto me había equivocado al prejuzgarte en aquellos momentos. No te pedí en vida el perdón que necesitaba. Al menos ahora te lo pido. A ti y a la familia que aquí has dejado y que honra tu nombre.