Al PP le crece todo. No sólo los enanos -una referencia lingüísticamente incorrecta a la luz de los cánones actuales; disculpas por adelantado- sino también los sobres, los sobresueldos y, por si fuera poco, hasta Esperanza Aguirre. La lideresa mostró el jueves una faceta más de su indomable carácter al dejar plantados a unos agentes de movilidad de la capital del Reino. Ni siquiera eran los clásicos guindillas municipales. Dice ella que se marchó cuando ya le habían puesto una multa por usar indebidamente el carril bus. Concretamente, ya les había entregado la documentación del coche y el carnet de conducir y le habían devuelto los papeles tras tomar nota para tramitar la denuncia. Justifica su fuga porque, a su entender, la estaban reteniendo indebidamente -habla incluso de detención ilegal- con el fin de que a alguien le diese tiempo a sacarle la foto oportuna y zaherirla en los digitales, redes sociales y prensa afín a la causa progre. Ni siquiera en el caso de que tenga razón debió actuar así. Aunque Aguirre ya no ostenta ningún cargo público, continúa siendo una figura relevante en el PP. Por lo que ha sido en política y, sobre todo, por lo que puede volver a ser, lo menos que se le exige es que dé ejemplo.

Dicho esto, ¿a qué tanto alboroto? ¿No permanece en su puesto de alcalde de San Juan de la Rambla un señor que sextuplicó la tasa de alcohol permitida en el control que le hicieron tras provocar un accidente? ¿No sigue como concejala lagunera una señora que también conducía beoda en dirección contraria? ¿No continúa siendo concejal del Puerto de la Cruz otro edil que evitó un control policial, vaya usted a saber por qué? ¿Acaso ha dimitido como diputada regional una señora a la que sorprendieron con las tareas escolares de su hijo en plena sesión parlamentaria? Puedo seguir, porque los ejemplos son incontables, pero no merece la pena. Lo que pretendo no es disculpar a la lideresa con el socorrido mal de muchos; lo que quiero es poner de manifiesto la gravísima falta de integridad personal y política que nos rodea por doquier. Inmoralidad personal antes que política porque en una dictadura es el tirano quien elige a los cargos públicos. En una democracia, en cambio, somos nosotros quienes ponemos a cada uno en el lugar que ocupa. Dicho de otra forma, la clase política que tenemos es el reflejo de lo que socialmente somos; conviene no olvidar este detalle.

No menos cierto es que en este país basta con que a un pringado le pongan una chaqueta con botones dorados para que se considere de inmediato almirante de la mar océana y de Castilla. No es que nos trate con soberbia inadecuada un picoleto, un madero, un guindilla o un agente de movilidad mientras nos pone una multa merecida o no; es que nos pisotea desde un conductor de ambulancias hasta el seguritas del control de embarque en cualquier aeropuerto. Aguirre no debió darse a la fuga, encima llevándose una moto por delante, pero los agentes tampoco tenían derecho a retenerla más de lo imprescindible, en el supuesto de que actuasen así.

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