Los pausados latidos de aquel olvidado reloj dorado de bronce situado sobre la consola del salón se dejaban escuchar con claridad en el fondo del pasillo; era como si aquella joya del tiempo quisiera reivindicar su existencia combatiendo una y mil veces el silencio del silencio. Aunque no era ni mucho menos el orgullo de la casa, aquel "rey de las horas" estilo Luis XV se había ganado indiscutiblemente las simpatías de propios y extraños. No en vano esta reliquia de la época del rulo y los bucles -por aquello de las pelucas que se usaban entonces- había luchado contra el tiempo y los avatares de la vida en innumerables ocasiones; lo más sorprendente es que siempre salía indemne de todas y cada una de esas frenéticas y esféricas batallas. Todas, absolutamente todas, las reverentes e incluso curiosas miradas que le dedicaban le dejaban indiferente; solo tenía una meta: cumplir su eterno cometido, y esto con una puntualidad cronométrica. No había manera de convencerlo, de hacerle entrar en razones, de que esperara un poquito, de que olvidara sus prisas; él continuaba persiguiendo los segundos, los minutos y las horas con un tesón indescriptible, con cierto acento romántico. Las imparables agujas marcaban sin descanso lo que dictaba el mecanismo de aquella máquina casi perfecta, desafiando incluso el ritmo de la vida con el tic-tac del tiempo. Su belleza reposaba entre suspiros, sobre una base dignamente envejecida; lo escoltaban en su altar de los recuerdos un espejo y dos esbeltos candelabros, que, al igual que su anfitrión, estaban divinamente diseñados con ángeles risueños y numerosos motivos vegetales. El reloj decorativo del relato tenía su propia historia, como la tenían los demás objetos de la casa. Fue comprado por sus dueños en una tienda de anticuarios en la parte antigua de la ciudad, hace ya bastantes años. Según me contaron estos, el susodicho estaba expuesto sobre el mármol de la chimenea interior que decoraba una de las salas del comercio; junto a él, haciéndole compañía, se presentaba un violín de rica historia adornado con finas cuerdas trasnochadas. Frente a la inactiva chimenea y sobre una pequeña mesa de caoba bien cuidada, esperaba un elegante gramófono, entre el tango y la pasión, su rescate del olvido.

No eran pocos los momentos que aquel viejo pero hermoso reloj dorado de bronce había vivido en su hogareño reino. Tenía mucha historia acumulada encima de sus agujas, detrás de su agotada y transparente esfera. Escenas de ternura, de espera, de reproches, de lágrimas, de comedias, de fiestas, de amor loco, de alegrías, de sueños, de éxitos, de asombros. El reloj sigue hoy en su sitio cual trofeo del tiempo. Quizás algún día vuelva a comenzar su historia en una tienda de antigüedades cualquiera de una ciudad cualquiera, entre los tic-tac del tiempo.

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