Mueren los hombres. Quedan sus ideas. Desaparece el cuerpo físico pero permanecen las obras. Persisten también el recuerdo y las inapreciables lecciones de un hombre que nació y ha vivido hasta el último de sus días en una familia de periodistas. "Yo no soy periodista pero sé cómo se debe hacer un periódico", les decía José Rodríguez Ramírez a quienes se relacionaban con él diariamente para elaborar EL DÍA. Se equivocaba. Don José acertaba siempre pero erraba al no considerarse periodista. ¿Quién sin ser un periodista de casta como lo era él podía hacer de este periódico en apenas 25 años el más leído, con diferencia, de Canarias? ¿Quién, salvo alguien profundamente conocedor del periodismo y la empresa periodística, podía poner en marcha el único grupo completo de comunicación que hay en este Archipiélago?

"Pobre del periodista que tenga que enseñar el carnet para demostrar que lo es", repetía a menudo. La frase, también eso lo aclaraba de inmediato, no era suya sino de su tío Leoncio. Del fundador de esta Casa. Un hombre al que don José idolatraba hasta el punto de referirse a él casi con devoción. De Leoncio Rodríguez aprendió los entresijos de una profesión difícil. Junto a él vivió los momentos difíciles de la postguerra; las imposiciones de la dictadura franquista. La más importante, la incautación de la empresa y el cambio de la cabecera. La Prensa, el periódico fundado por Leoncio Rodríguez, pasó a llamarse EL DÍA. Podíamos haber retornado EL DÍA a su primitiva denominación con la llegada de la democracia. Sin embargo, don José prefirió dejar las cosas como estaban porque ya entonces este periódico se había ganado un justísimo primer puesto en la defensa de Tenerife.

Tuvo José Rodríguez el acierto de apostar sus recursos personales al desarrollo de esta empresa. Primero como empresario y editor, y desde 1981 como director, quiso que EL DÍA fuese un medio de comunicación independiente. Un diario al servicio de sus lectores sin injerencias ajenas al negocio. Desde entonces en esta Casa hemos vivido de las ventas y de la publicidad. Al llegar los difíciles tiempos de la actual crisis hemos debido, como todos los medios de comunicación, adoptar decisiones dolorosas, pero aquí estamos y aquí seguiremos estando, que nadie lo dude, porque sacar a la calle cada día el mejor periódico que somos capaces es, asimismo, el mejor homenaje que le podemos hacer a nuestro editor.

Estamos tristes pero también decididos a seguir adelante. La defensa de Tenerife y de Canarias que ha guiado a José Rodríguez a lo largo de toda su trayectoria profesional y empresarial no acaba con su muerte. Que nadie piense lo contrario. Que nadie se frote las manos de satisfacción antes de tiempo. Poco importa que un grupo de políticos se negasen ayer a guardar un minuto de silencio en su memoria. Imaginamos su sonrisa socarrona al contemplar, allá donde esté, este postrero gesto de mezquindad con quien tanto ha hecho por la libertad, dignidad e identidad de estas Islas. Además, no hacemos este periódico para los políticos; lo hacemos para el pueblo canario. Para esos miles de nuestros compatriotas que pasan hambre, para los jóvenes obligados a emigrar, para quienes sueñan con el día en el que puedan decirle al mundo que son canarios.

Muere la persona pero se perpetúa su obra. La historia, como ocurre siempre, le hará cabal justicia a José Rodríguez. Llevaba quince días hospitalizado, semiinconsciente tras una operación de urgencia. No obstante, hasta apenas una hora antes de ser trasladado al hospital estuvo despachando asuntos de su grupo de comunicación. Ya en el centro hospitalario seguía al tanto de lo que sucedía en la redacción. De hecho, ingresó en el quirófano dándole indicaciones a su hija Mercedes para que en la edición del día siguiente se incluyesen aquellas noticias que consideraba importantes. Estuvo pendiente de su periódico mientras tuvo fuerzas porque EL DÍA siempre ha sido su alma paralela.

Un republicano conservador y respetuoso con las instituciones, y un tinerfeño y canario sin concesiones al oportunismo político. Así ha sido José Rodríguez Ramírez. Trató a políticos de todo ideario y condiciones, pero nunca quiso dedicarse a la política. Apoyó en cada momento a quienes consideraba que mejor defendían los intereses de su querida Isla y de su amado Archipiélago. Cuando tuvo que retirarles a algunos ese apoyo por considerar que estaban traicionando lo que habían prometido defender; cuando vio claramente que para algunos resultaba más importante el interés personal que el bienestar del pueblo, no dudó en recriminarles duramente su actitud. Nunca aceptó sobornos ni chantajes. A todos les dijo siempre en su cara lo que pensaba. Incluso delante de un magistrado en una vista oral. Jamás se arrugó ante los prepotentes. Al contrario: siempre supo sacar fuerzas de flaqueza pese a su avanzada edad y los achaques que sufría su salud desde hace años.

Qué ejemplo el suyo. Qué muestras de valor frente a los que se creen todopoderosos. Lo ha vencido la muerte porque esa batalla la tenemos perdida todos, pero no ha conseguido derrotarlo ninguno de quienes se declararon enemigos suyos solo porque no quiso ser cómplice de sucios enjuagues; porque jamás transigió con el engaño al pueblo. Jamás permitió que su empresa, a la que siempre consideró de carácter familiar, cayese en manos de los políticos, ni de los agricultores, ni de los constructores ni de los comerciantes, ni de nadie.

Podía haberse retirado hace tiempo. Muchas veces se lo recomendaron sus amigos. Consciente de su enorme responsabilidad, prefirió seguir hasta el último día en el puesto de mando. Como los auténticos guerreros de la paz, porque siempre detestó la violencia. Ni siquiera la justificaba para algo tan noble como conseguir la libertad del pueblo canario. "Yo no lo veré, pero llegará el día en que Canarias sea una nación soberana", repetía a menudo en los últimos meses. Era consciente de que sus fuerzas se extinguían. Le dolían los huesos. Le dolía todo el cuerpo y algunos días dormía mal, pero no se quejaba. Lo comentaba, pero nada más. Porque al segundo siguiente ya estaba discutiendo asuntos de su empresa como si tuviese toda una vida por delante. Vivir como si fuese a estar siempre en este mundo, aunque siendo consciente de que la existencia humana tiene un fin. Esa era su filosofía vital. Qué ejemplo el suyo en esta época tan proclive a las rendiciones incondicionales apenas surge la primera dificultad.

No se rindió ni siquiera ante las duras condiciones económicas que ha supuesto esta prolongada crisis para los medios de comunicación. Cuando tuvo que echar mano de su patrimonio personal para pagar las nóminas, para mantener en marcha el grupo de comunicación, lo hizo sin titubear. Amigo de sus amigos, premió siempre la lealtad a la vez que detestó la traición. Un día alguien, a quien había ayudado muchísimo a cambio de nada, le volvió la cara en un acto público simplemente porque no estaba de acuerdo con sus ideas. Eso le dolió profundamente, pero no lo hizo desistir de su decisión inquebrantable de defender al pueblo de estas vapuleadas Islas. Incontables fueron los homenajes, títulos y galardones que recibió José Rodríguez en su vida. Señal inequívoca de que, enemigos y envidiosos al margen, no toda su labor estaba cayendo en saco roto. Como se dice en la parábola del Evangelio, no todos los granos caen sobre pedregales o entre cardos. Algunos encuentran tierra fértil y dan fruto cuál a ciento, cuál a sesenta, y cuál a treinta por uno; el que tiene oídos para oír que oiga.

Nuestras condolencias a sus familiares, de forma especial a sus hijos Mercedes y José Esteban, y nuestro agradecimiento a los miles de personas que nos han hecho llegar su pesar por esta irreparable pérdida. A los que hemos estado haciendo este periódico y lo seguiremos haciendo con el mismo entusiasmo solo nos queda añadir gracias, don José. Ha muerto la persona; quedan su obra y la férrea decisión de continuarla.