Cuenta el periodista italiano Indro Montanelli su conversación con un recién nombrado director del Corriere della Sera, nuevo en la ciudad, que le preguntaba quién era la persona más influyente del Milán de aquellos días, "Usted", respondió tajante. El peso de la prensa, sí, que tanto asusta a los de siempre, a los del poder fáctico y el poder político. "Nuestra conducta debe ser legal, ética y publicable" según decía Francisco González, presidente de BBVA; publicable, eso es, capaz de superar la valoración de la opinión pública, afirmación que llevada a la práctica de forma estricta ha hecho de su entidad un referente a nivel global. El fin último de la prensa, de la prensa no servil, que condiciona el comportamiento de particulares, empresas y administraciones. Y su papel protagonista: "Influencia de la línea editorial de La Tarde en las inversiones portuarias en Santa Cruz de Tenerife" es el título de una tesis doctoral que se defendió en la Universidad de La Laguna en los años cincuenta del pasado siglo. Impresionante capacidad de los medios cuando se implican con el futuro de la sociedad de la que forman parte.

Cuando el Pleno del Parlamento de Canarias reprobó los editoriales de este periódico le daba la razón a su director-editor, molesto para los que mandan, para quienes cualquier planteamiento díscolo supone una amenaza a su status quo y toda crítica una evidencia de su frecuente ineptitud. Cuando los responsables políticos de estas islas vetaron la publicidad institucional en la principal cabecera de la comunidad autónoma por número de lectores, intentaban acorralar y subyugar la actividad periodística para que cesara en su afán de señalar las tropelías de sus líderes de pacotilla. Y no solo la institucional sino también la promoción propia de las empresas fieles al régimen o de aquellas que por cobardía no han sabido priorizar el interés de sus accionistas -al renunciar a una potentísima plataforma publicitaria- frente al compromiso clientelar. Cuando un gerifalte de la Cosa me llama para abroncarme por las denuncias vertidas en esta columna sé que he dado en el clavo... Pablito clavó un clavito.

Como en los chistes del gran Forges y sus ejercicios de agudeza visual para identificar quiénes se despertaron el pasado miércoles con resaca y gafas de sol después de celebrar que al fin se ven libres del azote. Muchos de los que no fueron capaces ni de mostrar el más mínimo respeto por un noble adversario, un personaje público, que jugó con la dialéctica, practicó la gota china con pasión y apostó su propio dinero contra la oligarquía ramplona para mantenerla a raya. Sí, el pueblo de Tenerife y de Canarias mantiene una deuda impagable con José Rodríguez, y no por su ideología -que podremos compartir o no- sino por la defensa activa de la libertad de expresión y los efectos que tal opción permite para el necesario y obligado equilibrio de poderes. Ni un matiz de censura en ninguna de las colaboraciones de opinión que a diario enriquecen esta cabecera, ninguno, sea cual fuere el color político o la diana o el argumento propuesto; libertad hasta el punto de poder discrepar con la postura editorial... no puedo decir lo mismo de otros medios en donde he tenido la oportunidad de publicar. Mi agradecimiento infinito a título póstumo.

Y ahora una nueva etapa, la tercera -o la cuarta, según se mire- a la que se enfrenta este centenario matutino, en una época de incertidumbre para la prensa escrita, en la que coexisten tantos deseos inconfesables y tremendo empeño para que desaparezca, para que abandone la crítica y deje actuar impunes a quienes pretenden abusar del ciudadano. Y he aquí la clave: que usted y yo, y el común de los mortales, entendamos la importancia del periodismo independiente como garante de nuestra preciada libertad.

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