He vivido varias situaciones poco gratas estos días. En todas sobrevolaba la tristeza, aunque hubiera en ellas diferencia de alturas, diferencia de metas, diferencias de estilo. Solo las unía la tristeza. Me llega ahora la noticia de la muerte de don José. Y yo, que tuve con él palabras cordiales junto a disidencias insalvables, dejo aquí, en estos instantes de pena, el sentimiento de mi absoluta sinceridad.

Muchos hombres son, por naturaleza, impenetrables. También incapaces de entender a los demás, de darles la oportunidad de exponer caminos diferentes porque diferentes son sus propósitos o sus miras. Han transcurrido más de cuarenta años desde que publiqué en este periódico mi primera crónica o artículo. Al principio de esta andadura, siempre iba al pie un seudónimo pueblerino; luego aparecieron, sin velos y sin máscara, mi nombre y apellidos completos. Y, aunque ya hablé de disidencias en el pensamiento, nunca me fue tachado un solo renglón ni una sola coma. Esta conducta de don José para conmigo tengo que subrayarla necesariamente. Quede aquí este agradecimiento por este gesto tan poco frecuente entre los mortales. Y quede también mi humana tristeza por su ausencia definitiva.

De todos modos, no habrá de transcurrir mucho tiempo para que nos veamos nuevamente.